Ya llegamos al V domingo de Pascua quedando solo dos domingos antes de Pentecostés. Nos toca leer y reflexionar sobre un pasaje tomado del discurso de Jesús en la Última Cena como nos lo entrega San Juan. A diferencia de los otros evangelistas, Juan no nos da un versión de la institución de la Eucaristía. Como su evangelio es posterior, posiblemente hacia el año 100 A.D. no lo veía necesario debido a que ya existían cuatro relatos, los tres de los otros evangelios y el de San Pablo. Sí tiene el lavatorio de los pies que serian una lección que Jesús les dio a los apóstoles para que sirvieran imitándolos, y obviamente el mayor servicio fue su entrega en la cruz y su resurrección actualizada en la Eucaristía.
Hoy la Iglesia nos propone la alegoría de la vid y los sarmientos juntamente con la necesidad de permanecer en Jesús y él en nosotros, cosa que sale también en nuestra segunda lectura de la Segunda Carta de San Juan. Se nota que el evangelista insiste en una serie de palabras, sean sustantivos o verbos, que reitera. Uno de ellas es menein que se traduce por permanecer. Otras son la luz, la verdad, la vida entre otras.
Una alegoría se distingue de una parábola en cuanto que la parábola tiene un solo significado de manera que no corresponde encontrar varios sentidos en los detalles que se expresan. Por ejemplo, en la parábola del Buen Samaritano, no hace falta insistir en el hecho de que la sacerdote y el levita pasaron de largo sino que el que asistió al herido era un samaritano, enemigo de los judíos e hizo lo que correspondía. Los detalles como haber llevado al herido en su jumento a la posada etc. no forman parte de la idea principal que es el sentido de la parábola. San Agustín, por ejemplo, hace una interpretación alegórica de la parábola considerando que la posada es la Iglesia, el aceite y el vino serían los sacramentos etc. Aunque tal interpretación pudiera ser interesante, se trata de una parábola y no una alegoría, que es el caso de la vida y los sarmientos.
Jesús comienza diciendo yo soy la verdadera vid y vosotros los sarmientos, luego el Padre es el viñador, es necesario estar unidos a la vida para poder dar fruto, el Padre como viñador poda la vid para que dé más fruto y si no lo da, lo corta y lo tira el fuego, que sería en nuestro caso, el infierno. La idea principal es la de la necesidad imprescindible de estar unido a Jesús como los sarmientos a la vid para poder dar fruto, mantenerse en la vida que proviene de Jesús y no acabar en la hoguera.
Ahora, conviene entrar en detalle sobre el sentido del verbo permanecer, tan querido por San Juan. Permanecer significa mantenerse unido a lago, en este caso a la vid, pues sabemos que las ramas de un árbol o las flores una vez cortadas de la planta y privadas de la nutrición que da la planta gracias a que las raíces están arraigados en el suelo de donde proviene el agua, los minerales y demás sustancias naturales que dan vida al árbo o a cualquier planta. Si la planta está atacada por algún parásito no podrá proveer las ramas de la nutrición que necesita y se tiene que proceder a solucionar el problema, por ejemplo, talando la rama o podando en este caso la vid, para que pueda dar buen fruto y no unas uvas muy pequeñas que no se pueden ni comer ni tienen suficiente jugo para eventualmente llegar a servir para hacer vino.
El primer capítulo del Libro del Génesis (1,23) nos dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Sabemos que parte muy importante de esa imagen de Dios es la unidad, las tres divinas personas están íntimamente unidas una con la otra. El Padre es el principio y fundamento de la divinidad que comunica al logos, a su unigénito, y que de esa unión de las dos primeras personas procede el Espíritu Santo como vinculo de unión y el amor mismo del Padre con el Hijo. Por otra parte, en la misma primera carta de San Juan se dice que Dos es amor. También en nuestra segunda lectura de la misma carta se dice: Quien guarda mismandamientos permanece en Dio, y Dios en él, en esto conocemos que permenece en nosotros por el Espíritu que nos da. Es decir, se trata del amor, pues según dice el Creo, creemos en el Espíritu Santo, creador y dador de vida. También, la segunda carta de San Pedro c. 1 dice que participamos de la naturaleza divina.
Empezando con nuestro bautismo, hemos sido incorporados en Jesucristo y se nos ha comunicado la nueva vida que nos hace hijos de Dios, Este proceso no termina con el bautismo, sino se va realizando con todos los demás sacramentos, la Confirmación, etc, y sobre todo con la Eucaristía, Los signos del agua, de los olios, de la imposición de las manos, el pan y el vino, y en el caso del matrimonio al alianza que se crea en unión con Jesucristo entre los dos esposos forman parte de esta permanencia de Jesús en nosotros y nosotros en Él. A su vez, San Pablo utiliza la expresión estar en Jesucristo y él en nostoros hasta 150 veces en sus cartas, de manera que se refiere a la misma realidad que San Juan,
Mientras estamos en este mundo, lamentablemente es posible romper este vínculo o permanencia por el pecado grave. Obviamente, si de verdad nos damos cuenta de la importancia capital de esta realidad, fácilmente sabaremos que la palabra permanecer se refiere a una realidad que no que termina y es la vida nueva ha comenzado en esta vida con el bautismo, que es alimentado por nuestra vida según el modelo que nos dejó Jesús y que llegará a su plenitud en la vida eterna (otra expresión favorita de San Juan). Dios sabe perfectamente que somos débiles y por ello nos ha dado el Sacramento de la Penitencia y también el purgatorio en la vida futura para poder superar nuestro pecados y crecer en el amor hasta ser capaces de entrar plenamente en la union con Él como Padre a través de su Hijo Jesucristo que es el camino, la verdad y la vida, y finalmente nos comunica el Espíritu Santo que es amor y don en persona para que realmente permanezcamos en Jesucristo y alcancemos la verdadera felicidad que por naturaleza deseamos.
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