sábado, 26 de septiembre de 2020

TENER LOS MISMOS S ENTIMIENTOS PROPIOS DE CRISTO JESÚS

HOMILÍA DEL DOMINGO XVI DEL CICLO A, 27 DE SEPTIEMBRE DE 2020. 

Hoy me voy a fijar en nuestra segunda lectura que está tomada de la gran Carta de San Pablo a los cristianos de la ciudad de Filipo en Grecia. En mi primer año de seminario, nos dieron un curso de introducción al Nuevo Testamento y una de las tareas era de aprender de memoria ciertos pasajes del mismo NT, y me tocó precisamente la Carta a los Filipenses. Desde entonces, ha sido mi carta favorita de todas las de San Pablo. La circunstancia de la carta era que el apóstol estaba en la cárcel, aunque no sabemos en qué ciudad. Los fieles de Filipo hacia quienes San Pablo sentía un gran cariño enviaron a uno de ellos a llevar ayuda al apóstol que sería dinero. En aquella época, el estado no le daba de comer a los presos. El hombre se llamaba Epafrodito. Resulta mientras estaba en Filipo se enfermó gravemente pero se recuperó. San Pablo decidió enviarlo de vuelta a su casa y aprovechó para escribir esta carta a toda la comunidad. 

    Nuestra lectura de hoy está tomada del segundo capítulo que contiene unos versículos de gran importancia en cuanto que son una síntesis tanto del misterio de la encarnación, como la redención, como Jesucristo se entregó a sí mismo hasta el extremo de la cruz y Dios lo resucitó elevándolo hasta la gloria a la derecha del Padre y ante él toda criatura rinde culto. No vamos a comentar este pasaje hoy, sino los versículos anteriores que constituyen unas exhortaciones del apóstol. San Pablo les dice que lo que le daría una gran alegría es que sean "unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir". Luego les invita a evitar la rivalidad y la ostentación y les invita a practicar la humildad. 

Todo su mensaje en esta parte de la carta se resume en: Tener los mismos sentimientos propios de Cristo Jesús. No se trata solamente de emociones sino de la actitud y la mentalidad que caracterizaba a  Jesús. Ciertamente, no es posible que nosotros imitemos a Jesús en las cosas concretas que hizo durante su vida terrena, pues la historia pasa y no se repite, pero sí hacer lo que a nosotros nos corresponde con la misma mentalidad y actitud que manifestó Jesús. Se trata, pues, de la humildad que se manifestó en el hecho de que siendo Hijo de Dios, se anonadó o se rebajó a sí mismo viviendo como un hombre cualquiera llegando al suplicio de la cruz. 

Para cumplir eso, ante todo tenemos que conocer a Jesús. Él se manifiesta en su Palabra, es decir en el Evangelio ante todo en los grandes principios que fueron el fundamento de su vida en la tierra. Toda su vida estaba orientada hacia su Padre y el cumplimiento de la voluntad del Padre, cosa que se constata en Getsemaní cuando oró pidiendo al Padre que le quitara el "cáliz", pero no según su voluntad, sino la voluntad del Padre. Otros aspectos son la ley supremo del amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y amor al prójimo como a uno mismo, resumida también en lo que decía Jesús a los apóstoles en la Última Cena: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Esto luego lo hace palpable y cercado, en las parábolas, especialmente la del Buen Samaritano. En el Sermón de la Montaña, San Mateo recoge muchos de los preceptos que Jesús nos entrega para ser verdaderos discípulos suyos. En otras ocasiones se trata del perdón a y el amor a los enemigos, cosa que él mismo desde la cruz cuando dijo "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Otro aspecto es la compasión que siente por los que sufren, por ejemplo en el caso de la viuda de Naín que iba hacia el cementerio para enterrar a su único hijo y Jesús le devolvió la vida al joven. Era costumbre de Jesús de compartir la mesa con los que eran considerados pecadores, como las prostitutas y los recaudadores de impuestos. También notamos el rechazo radical de Jesús a la hipocresía practicada de manera especial por los devotos como eran los Fariseos. Jesús tuvo que tener una gran paciencia con los apóstoles, que como vemos en el evangelio de hoy, no comprendían casi nada de lo que enseñaba. Posteriormente, con la venida del Espíritu Santo eso cambió radicalmente. 

El conocimiento de Jesús que nos recomienda San Pablo no es un mero esfuerzo mental, sino más bien una unión íntima con él. No es de extrañar que en la Biblia, se utiliza el verbo conocer para referirse a las relaciones íntimas de los esposos como constatamos cuando la Sma. Virgen le dice al Arcángel Gabriel que "no conoce varón". Para alcanzar este tipo de conocimiento, en nuestro caso, tenemos que familiarizarnos ante todo con el Evangelio, reflexionar sobre él y conformar nuestra vida a lo que allí enseña Jesús con sus palabras y actitudes, haciéndolas nuestras. Esta es una labor que ha de empezar en la familia cuando el niño es pequeño y seguir a lo largo de la vida. La tienen que realizar en primer lugar los padres. También los abuelos y otros familiares pueden ayudar así como las catequistas y maestras. 

No pocos santos tenían la costumbre de preguntarse en cada situación difícil ¿qué haría Jesús en esta circunstancia? Si ya tenemos asimilada la mentalidad, las actitudes y los sentimientos de Jesucristo, como nos recomienda San Pablo, no será difícil. Así como Jesús fue conducido en todo momento por el Espíritu Santo y también nosotros hemos recibido al mismo Espíritu podemos estar seguros de que Él  iluminará nuestra conciencia y moverá nuestra voluntad para hacer en cada circunstancia  la voluntad de Dios como hacía Jesús, como hacía María Santísima y los Santos. 


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