sábado, 29 de junio de 2019

LA LIBERTAD

HOMILÍA, XII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO CICLO C.

SAN PABLO Y LA LIBERTAD.

Vivimos en una época en la que una de los máximos anhelos de las personas y especialmente los jóvenes es la libertad. Sabemos que Dios entregó al hombre el don del libre albedrío. Los animales no tienen tal libertad. Están cerrados en su mundo de instintos. Por ejemplo, es imposible que un animal haga una huelga de hambre. Si tiene hambre y hay alimento disponible no tiene ninguna libertad de tomarlo o no. Las abejas están programadas para hacer la miel de la manera que la hacen y no tienen ninguna posibilidad de cambiar o mejorar este método. Por más que han intentado enseñar a los monos palabras y en algunos casos les han podido enseñar hasta 250 palabras, pero más allá de repetirlas no son capaces de armar una oración juntando las palabras que les han enseñado. En cambio, como nos dice el Libro del Génesis, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y esta cualidad consiste en el hecho de que tiene un alma espiritual capaz de conocer la verdad y un apetito espiritual que es la voluntad que puede escoger entre actuar o no actuar, hacer algo bueno y algo malo. Esta semejanza con Dios le proporciona al hombre la dignidad que le es propia y que reconoce como tal.

No obstante, la libertad del hombre tiene muchos límites. Hemos nacido sin que fuera un acto libre de parte nuestra, ni escogimos donde íbamos a nacer, qué lengua iba a ser nuestra lengua materna. Nacimos con ciertos genes que podrán provocar ciertas enfermedades a lo largo de nuestra vida, pero nada de esto ha dependido de nuestra libertad. Nacimos en un cierto país con una cierta cultura. Por haber nacido en España o Hispanoamérica o en Europa en general, hemos adquirido o asimilado una cultura cristiana porque desde hace casi dos mil años el cristianismo ha penetrado profundamente nuestro país y queriéndolo o no hemos asimilado muchos aspectos de la cultura cristiana.

San Pablo dice en nuestra primera lectura de la Carta a los Gálatas: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”. ¿A qué se refiere el Apóstol aquí? ¿Nos está diciendo que dado que somos libres podemos hacer lo que nos da la gana, o por el contrario nos está diciendo que debido a que Cristo nos ha liberado del pecado, del mal y de la muerte, somos verdaderamente libres? Pues resulta que lo que quiere decir es lo segundo. Para San Pablo, uno es esclavo o del pecado o esclavo a servidor de Cristo. Pero, si tanto anhelamos la libertad, parece que no se trata de lo que comúnmente se piensa. ¿Quién el más libre, el que tiene un vicio como el alcolismo, la droga, el juego o como es común hoy en día una adicción al móvil de forma que no parece que pueda vivir sin estas cosas?

San Pablo veía a los paganos como esclavizados, y eso los que no eran oficialmente esclavos porque caían en muchos vicios. Recordemos que lo primero que enseñó Jesús, según podemos constatar al inicio del Evangelio de San Marcos era la necesidad de la metanoia o cambiar de mente, de mentalidad o de actitud. Al ser bautizados hemos sido incorporados en Cristo y hemos sido hechos nuevas criaturas de manera que lo viejo, es decir los vicios y las malas tendencias han sido vencidos y hemos adquirido la mente de Cristo, pero eso no es automático o permanente. Podríamos vender o perder nuestra libertad y volver a caer en la esclavitud. Por eso dice Pablo: “No os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud”.

Hay una esclavitud que consiste en dejarse llevar por el egoísmo según nos dice el Apóstol a continuación. Fue por soberbia o egoísmo que Adán y Eva cayeron en la trampa de las serpiente que los engañó haciéndoles pensar que podrían decidir lo que es bueno y lo que es malo, es decir ser como Dios, y debido al egoísmo se dejaron engatusar por el demonio y perdieron no solo la libertad, sino la comunión con Dios, la felicidad y comunión mutua y se trajeron encima todos los males que todos conocemos.

Luego procede San Pablo: “Sed esclavos unos de otros por amor “ y recuerda que al amor mutuo es la síntesis de la ley. Conviene que recordemos que el hombre es un ser esencialmente social y necesita vivir en comunidad, en primer lugar en la familia, para poder desarrollarse y llegar a desarrollar las virtudes y cualidades que lo caracterizan como imagen y semejanza de Dio e Hijo suyo en Jesucristo Nuestro Señor. Por lo tanto, el amor a Dios y al prójimo están relacionados con la verdadera libertad.

Desde el Renacimiento y la Reforma Protestante se ha ido introduciendo cada vez más el individualismo. La familia es la primera comunidad que conocemos y es esencial para nuestro desarrollo y perfeccionamiento. La cultura que se ha ido desarrollando desde esa época que suele llamarse liberalismo priva el individualismo y la libertad negativa. Unos filósofos ingleses del siglo XVII, Thomas Hobbes y John Locke fueron los primeros en promover esta ideología y fueron seguidos por el francés Jean Jacques Rousseau en el siglo XVIII. Ellos no creen que el hombre sea un ser esencialmente social, sino que postulan una situación primitiva en la que no había armonía, o existía “el salvaje noble de Rousseau”, o que la introducción de la propiedad privada provocó desorden de manera que fue necesario establecer un contrato social para que haya orden y el hombre pudiera alcanzar un nivel de felicidad. No creen en las comunidades naturales queridos por Dios que son la familia y la comunidad política. El Estado sería neutral en relación con la religión, pero eso no es lo que se da. Ya hemos llegado al final de las posibilidades de este sistema que con la falsa noción de la libertad negativa que es una autodeteminación lo más amplia posible mientras no estorba la libertad del otro. Es lo que nos ha dado la revolución sexual, el transgenderismo y demás males que hoy conocemos.

Para alcanzar la verdadera libertad, tenemos que someter los instintos y pasiones al dominio de la razón iluminada por la fe. San Pablo, aquí en en otras cartas habla de la carne y el espíritu. Cuando se refiere a la carne no es solamente lo relacionado con el sexto mandamiento sino el reino del mal, de las tendencias malas no controladas, el egoísmo, la sensualidad y demás vicios. Luego habla del espíritu, aquí se trata de haber colocado todo nuestro ser bajo el dominio de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo. En la carta a los Romanos habla de la lucha que se da entre la carne y el espíritu.


Es cierto que Dios nos ha dado el libre albedrío, pero como todos sus dones a nosotros nos toca formarnos, desarrollar estos dones de forma que nos ayuden a cumplir su plan para nuestra vida digna en este mundo y la felicidad plena y perfecta en el futuro en el cielo. El filósofo Aristóteles decía que el hombre nace como una tabla rasa, es decir, el niño tiene que aprender todo. Se trata, pues de una libertad virtual que tiene que desarrollarse y perfeccionarse. De lo contrario, no llegamos a la “plentitud de la edad de Cristo”. Hay variedad de talentos, pues no todo mundo tiene los mismos talentos musicales o literarios, aunque si nos dedicamos a practicar cualquier arte u oficio ciertamente mejoraremos, pero nadie garantiza que llegaremos a ser grandes artistas como Mozart o Miguel Ángel que tampoco es necesario. Influyen muchos factores como las circunstancias de nuestra niñez, el tipo de colegio o educación en general que hemos podido adquirir, el hecho de haber tenido unos padres y maestros que nos estimularon y dieron buen ejemplo, o el hecho de haber podido juntarnos con buenos compañeros etc. En todo caso, mucho depende de nuestra voluntad de practicar la virtud, de superar los vicios del egoísmo, la vanidad, la envidia, la pereza, la impaciencia, la tendencia a dar rienda suelta a nuestros vicios, el haber querido formar buenos hábitos. Si formamos parte de este grupo de personas, lo que nos dice San Pablo en nuestra segunda lectura de hoy nos ha de estimular y ayudar a alcanzar la meta que Dios nos tiene reservada. 

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