HIMILÍA DEL DOMINGO XXVI DE TIEMPO ORDINARIO, 26 DE SEPTIEMBRE DE 2021,
Normalmente, dedicamos la homilía a comentar y aplicar algún aspecto de los tres lecturas que nos tocan sea los domingos o solemnidades. Sin embargo, se permite también comentar sobre la fiesta que se celebra, o algún aspecto del misterio de la Eucaristía. No debería de ser necesario insistir en a importancia de la Eucaristía en la vida de un católico. De hecho, tan importante es que desde el IV Concilio de Letrán (donde se encentra la Catedral de la Diócesis de Roma y donde a lo largo de muchos siglos los papas vivían y estaba su Cancilléría. Se trata de uno de los concilios de mayor importancia después de los primeros que se celebraron en Occidente y tratban del Misterio de la Trinidad y la unidad de Jesucristo como pefecto Dios y perfecto hombre. Este concilio se celebró en el año 1215 y fue conovcado por el Papa Inocencio III, uno de los papas más importantes de la Edad Media. Promulgó un Credo importante y estableció la obligariedad de la participación en la Santa Misa de parte de todos los católicos,salvo que estuvieran impedido por una razón como la enfermedad, o atención necesaria a un enfermo o estar de viaje en un lugar donde no se encuentra una Iglesia donde se celebra la Santa Misa. Sabemos también que según una tradición que proviene de los tiempos del Antiguo Testamento, el domingo y las grandes fiestas comienzan el día anterior después de las vísperas, más o menos a las 5,00 de la tarde.
Podríamo preguntar por qué el concilio impuso esta norma que impone este deber y lo considera grave, de manera que sin una razón justificada se comete un pecado mortal si no la cumple. Hay otras obligaciones del católico como, por ejemplo, el deber de contribuir al sustento de su parroquia y diócesis cuya incumplimiento no es ni mucho menos tan grave. Creo que hay una razón funndamental por esta gravedad de la sanción de no asistir a Misa cuando uno no está excusado por una causa justa, Por un lado, se trata de la enorme importancia de la Eucaristía en la vida de un católico, pues es el más importante de todos los sacramentos.
Conviene desentrañar un poco la importancia fundamental del Sacramento de la Eucaristía, que es "fuente y cima de toda la vida cristiana (Vaticano II, Lumen Gentium 11). Los demás sacramentos, como también todas las obras de apostolado, están unidos a la Ecarustía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir Cristo mismo, nuestra Pascua" Vat II, Sobre el Presbiterado 59. "En ella se enceuntra a la vez la cumbre de la acción, por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo,y del culto que en el Espíritu Santo los hombre dan a Cristo y por él al Padre.los hombres dan a Cristo y por él al Padre"(CEC 1325).
No es posible en una homilía explicar todo lo relacionado con el misterio excelso de la Eucaristía, cómo Jesucristo Nuestro Señor está realmente presente cuerpo y alma de manera sacramental pero real, a diferencia de los demás sacramentos, y por otro lado cómo la Eucaristía es la actualización del sacrificio de Jesucristo en la cruz. La gran mayoría de los católicos hoy en día ni se dan cuenta del tesoro inapreciable que el Señor nos ha dejado en la Eucaristía. Ya Jesús repite varias veces en su discuroso sobre el Pan de Vida en el c. 6 del evangelio de San Juan, que "el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día" y explica como el Pan de Vida, es decir que nos entrega la vida eterna es por mucho superior al maná que Dios les dio a los israelitas en el desierto. Una encuesta en EEUU el año pasado descubrió que solo el 30% de los católicos creen en la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía, que el pan y el vino se transforman en el cuerpo y sangre de Jesús, que en teología se dice transubstanciación, es decir, que la realidad úlitma del pan y del vino se cambian en el cuerpo y sangre de Jesucristo. Ahora bien, si creemos que Dios creó el universo de la nada, ¿cómo no vamos a creer en la tranformación que se realiza en cada Misa?
No quiero terminar sin decir algo acerca del Domingo, Día del Señor. Para ello, me baso en una carta muy importante publicada por San Juan Pablo II el 31 de mayo de 1998 y se titula Dies Domini, El Dñia del Señor, La considero una obra maestra que explica en sentido cristiano del domingo. En primer lugar el papa explica el sentido de la celebración del sábando en el Antiguo Testamento, expresado por el tercer mandamiento del Decálogo.
Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si
desde el principio de mi Pontificado no me ha cansado de repetir: « ¡No
temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! »[9], en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo!
Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y
dirigir. Él es quien conoce el secreto del tiempo y el secreto de la
eternidad, y nos entrega « su día » como un don siempre nuevo de su
amor. El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no
sólo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino
también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y
auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un
tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de
nuestras relaciones y de nuestra vida. (7)
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