HOMILÍA PARA EL DOMINGO XXXII, CICLO A, 8 DE NOVIEMBRE DE 2020.
Estamos a dos semanas de la Solemnidad de Cristo con la que culmina nuestro Año Litúrgico. Hacia el final de los evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Luchas encontramos lo que se suele llamar "el discurso escatológico" donde Jesús strata del fin de los tiempos y su segunda venida, y la urgencia de estar atentos y preparados porque "no sabemos el día ni la hora". Este período coincide con el mes de noviembre en el que celebramos la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Existen unas frases tradicionales en latín que nos pueden ayudar a no olvidarnos de la realidad de la muerte, del juicio y el cielo: Memento mori, "acuerdate de que vas a morir"; y quotidie morior, o "muero diaraiemente". A lo largo de lo siglos cristianos la actitud expresada por estas frases se consideraba como una expresión de la sabidúría con la que deberíamos vivir nuestra vida. El mundo secularizado en el que hoy vivimos no quiere ni pensar en la muerte. En cambio, San Ambrosio, que vivió en el siglo IV, tiene una obra llamada Del bien de la muerte, Si ya desde nuestra concepción en el seno materno además de estar creciendo y desarrollando, tambien estamos caminando hacia la muerte y eventualmente la vida plena de unión con Dios a través de Jesucristo. Nuestra vida es un muerte al al pecado, al mal y a la muerte misma para alcanzar la plenitud de la vida en la vida futura habiendo colaborado con la gracia de Dios para alcanzar esa vida plena en la que hemos sido iniciado con nuestro baustismo.
La muerte es inevitable. Todos sabemos eso, pero nosotros cristianos sabemos que es una puerta a través de la cual pasamos a la plenitud de la vida verdadera. Para cada uno de nosotros Dios tiene un plan o un proyecto y nos toca colaborar con Él para alcanzarlo. Es un proyecto a futuro, por ello una gran esperanza. El Evangelio habla mucho de la fe y de la caridad, pero tenemos que esperar a la Iglesia primitiva para encontrar el mensaje de esperanza, tanto de San Pablo, como San Pedro y la Carta a los Hebreos. En su primera carta, San Pedro escribe "hemos sido reengrado a una esperanza viva", obviamente por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Nuestra primera lectura hoy de San Pablo a los Tesalonicences habla de la la muerte y nuestra esperanza de una nueva vida a través de la resurrección y la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. En nuestro pasaje del Evangleio de San Lucas, el que hemos estado siguiendo a lo largo de este año, nos toca la parábola de las virgenes prudentes y las necias. Que el Señor nos guíe e ilumina para sacar un mensaje importante para nuestra vida en este tiempo en el que aparece la oscuridad y poca esperanza.
En primer lugar, San Pablo exhorta a los cristianos de Tesalonica que "no ignoréis la suerte de los difuntos, pues que no os aflijás como los hombre sin esperanza". Es decir, los paganos se caracterizan por ser personas sin esperanza. En nuestros días ha habido un aumento de suicidios debido a las medidas nefastas impuestos por los gobernantes de todo el mundo como respuesta al coronavirus, pues un gran número de personas han perdido su puesto de trabajo o sus negocios han quebrado por culpa de los gobiernos cuyo finalidad debería de ser promover el bien común. Ciertamente, es comprensible en la situación, pero el suicidio debido a la falta de esperanza no es ninguna solución. Puede extrañarnos saber que en la Edad Media, tan denostada por los sofisticados modernos, el suicidio casi no existía. Era la era de la fe, y por ende la esperanza.
Nuestra fe en Jesús que ha muerto y resucitado nos lleva a la certeza de que él nos llevará consigo. En eso consiste el cielo, "estaremos siempre con el Señor". Los primeros cristianos tenían esa viva esperanza del encuentro definitivo con el Señor Jesús y no solo ellos sino todos los mártires al enfrentarse con su suplicio. Esta confianza y esperanza se tiene que cultivar a lo largo de nuestra vida. No pensemos que la vamos a tener sin cooperar con el Señor tomando las medidas necesarias cada día. esto lo podemos ver en la Parábola de las Vírgenes Prudentes y las Necias.
El contexto de la parábola es el de la celebración de la boda entre los judíos en tiempo de Jesús. La celebrabración de la boda se llevaba a cabo a lo largo de cinco días y terminaba cuando el novio llevaba a la novia a su casa y se celebraba un banquete con todos los invitados. Esto se daba de noche y las diez vírgenes tenían que esperar hasta que se anunciaba la llegada del novio y la novia. Sabemos que con mucha frecuencia en la Biblia el cielo se presenta como una fiesta de bodas. y en el Nuevo Testamento el Novio es el mismo Jesucristo. La tarea de las 10 vírgenes era la de recibirlo con las lámparas encendidos, señal de estar listas y preparadas. Como dice el evangelio, cinco eran prudentes y las otras cinco necios porque no llevaban aceite de más y se les apagaban las lámparas. El novio llegó cuando se habían ida a la tienda a comprar aceite. Llegó el novio y se cerró la puerte. Cuando golpearon la puerte, el novio no quiso abrir porque dice "os lo aseguro que no os conozco", y se quedaron fuera.
Si el banquete de bodas es el cielo, la lección es que a lo largo de nuestra vida tenemos que estar atentos haciendo acopio de "aceite", simbolizando las buenas obras que hemos de hacer todos los días de nuestra vida. No se improvisan y si no las tenemos acumuladas no vamos an entrar al festín con el novio, o al menos tendremos que pasar por el purgatorio o la purificación necesaria para poder goza de la presencia del Señor. Por eso se les llama necias que significa imprudentes. En nuestro caso, se trataría del pecado de la presunción, es decir, la esperanza imprudente de alcanzar la salvación sin poner los medios necesarios". Ciertamente, la salvación es un don de Dios y él hace todo lo que corresponde para que no nos suceda lo de las vírgenes necias, pero sin nuestra colaboración debido a que nos ha dado el libre albedrío, no va a forzar a nadie a salvarse.
La Iglesia nos invita en está época a orar y ofrecer sacrificios por las almas del purgatorio. ¿Qué es el purgatorio? Las personas que mueren en estado de amistad con Dios, o estado de gracia, pero que no están suficientemente purificados ya no pueden merecer más pasada esta vida. Por ello, aunque están asegurados de eventualmente alcanzar el cielo, les corresponde una purificación. El pecado deja sus huellas en nuestra vida, y como el cielo es una relación de amor a Dios, igual como puede pasar con un atleta, que no puede participar en la carrera por falta de entrenamiento, igual nosotros todavía no estaríamos capaces del del encuentro cara a a cara con Dios debido a los restos de los malos hábitos que hemos heredado de nuestra vida. Aunque el fiel difunto que está en el purgatorio no puede merecer más allí, nostros sí podemos ayudar con nuestras oraciones, sacrificios y sobre todo ofreciendo la Santa Misa a favor de los fieles difuntos, porque ellos forman parte de la Iglesia y ellos también pueden orar por nosotros aquí en la tierra. La misma Iglesia tiene tres grados: la triunfante de lo santos del cielo, la purgante de los difuntos que están en proceso de purificación y la militante aquí en la tierra porque nos toca luchar contra los vicios y malas inclinaciones con la ayuda de la gracia de Dios y la ayuda de los hermanos que también oran por nosotros, no dan ejemplo y nos estimulan para ir creciendo en el amor a Dios y la prójimo.
No seamos necios, pues, viviendo nuestra vida como unos peregrinos que se olvidan de la meta de su viaje, o desviándose de manera que no llegan en esta vida. La Iglesia intenta por todos los medios ayudar a los enfermos y moribundos a arrepentirse y confesarse, recibir el Sacramento de los Enfermos y sobre todo la Eucaristía como viático o pan para el camino desde este mundo a la vida futura. Lamentablemente, no pocos católicos llamados no practicantes no aprovechan estos medios sino les preocupa estar en un hospital cuando lo más que pueden hacer los médicos es alargar un poco más la vida y olvidando que la vida después de la muerte es eterna, no tiene fin. Esto sí es necedad. No llaman al sacerdote a tiempo cuando la persona puede examinar la conciencia y recibir los sacramentos. También el sacerdote puede dar la bendición con un crucifijo a la que corresponde una indulgencia plenaria y por tanto poder evitar el purgatorio, es decir eliminar lo que se llaman los restos del pecado que he mencionado arriba. ¿Cómo es posible que tanto el enfermo como los familiares no llaman al sacerdote en este momento crucial de la vida del ser querido, cuando la mayor caridad es ayudar al familiar o ser querido es ayudarle a alcanzar la meta del cielo? Tradicionalmente, en la Iglesia se ha pensado que en el momento de la muerte Satanás se pone dilegente para llevar consigo al fiel y que es un momento complicado. Por ello, los sacramentos y sobre todo la Eucaristía nos ha de fortalecer porque como decía el mártir San Ignacio de Antioquíe en el año 107 que la Eucaristía es "fármaco para la inmortalidad". ¿Cómo es que descuidamos el consumo de un fármaco tan potente y esencial, pues Jesús decía "el que come mi carte y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día?
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