sábado, 29 de junio de 2019

LA LIBERTAD

HOMILÍA, XII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO CICLO C.

SAN PABLO Y LA LIBERTAD.

Vivimos en una época en la que una de los máximos anhelos de las personas y especialmente los jóvenes es la libertad. Sabemos que Dios entregó al hombre el don del libre albedrío. Los animales no tienen tal libertad. Están cerrados en su mundo de instintos. Por ejemplo, es imposible que un animal haga una huelga de hambre. Si tiene hambre y hay alimento disponible no tiene ninguna libertad de tomarlo o no. Las abejas están programadas para hacer la miel de la manera que la hacen y no tienen ninguna posibilidad de cambiar o mejorar este método. Por más que han intentado enseñar a los monos palabras y en algunos casos les han podido enseñar hasta 250 palabras, pero más allá de repetirlas no son capaces de armar una oración juntando las palabras que les han enseñado. En cambio, como nos dice el Libro del Génesis, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y esta cualidad consiste en el hecho de que tiene un alma espiritual capaz de conocer la verdad y un apetito espiritual que es la voluntad que puede escoger entre actuar o no actuar, hacer algo bueno y algo malo. Esta semejanza con Dios le proporciona al hombre la dignidad que le es propia y que reconoce como tal.

No obstante, la libertad del hombre tiene muchos límites. Hemos nacido sin que fuera un acto libre de parte nuestra, ni escogimos donde íbamos a nacer, qué lengua iba a ser nuestra lengua materna. Nacimos con ciertos genes que podrán provocar ciertas enfermedades a lo largo de nuestra vida, pero nada de esto ha dependido de nuestra libertad. Nacimos en un cierto país con una cierta cultura. Por haber nacido en España o Hispanoamérica o en Europa en general, hemos adquirido o asimilado una cultura cristiana porque desde hace casi dos mil años el cristianismo ha penetrado profundamente nuestro país y queriéndolo o no hemos asimilado muchos aspectos de la cultura cristiana.

San Pablo dice en nuestra primera lectura de la Carta a los Gálatas: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”. ¿A qué se refiere el Apóstol aquí? ¿Nos está diciendo que dado que somos libres podemos hacer lo que nos da la gana, o por el contrario nos está diciendo que debido a que Cristo nos ha liberado del pecado, del mal y de la muerte, somos verdaderamente libres? Pues resulta que lo que quiere decir es lo segundo. Para San Pablo, uno es esclavo o del pecado o esclavo a servidor de Cristo. Pero, si tanto anhelamos la libertad, parece que no se trata de lo que comúnmente se piensa. ¿Quién el más libre, el que tiene un vicio como el alcolismo, la droga, el juego o como es común hoy en día una adicción al móvil de forma que no parece que pueda vivir sin estas cosas?

San Pablo veía a los paganos como esclavizados, y eso los que no eran oficialmente esclavos porque caían en muchos vicios. Recordemos que lo primero que enseñó Jesús, según podemos constatar al inicio del Evangelio de San Marcos era la necesidad de la metanoia o cambiar de mente, de mentalidad o de actitud. Al ser bautizados hemos sido incorporados en Cristo y hemos sido hechos nuevas criaturas de manera que lo viejo, es decir los vicios y las malas tendencias han sido vencidos y hemos adquirido la mente de Cristo, pero eso no es automático o permanente. Podríamos vender o perder nuestra libertad y volver a caer en la esclavitud. Por eso dice Pablo: “No os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud”.

Hay una esclavitud que consiste en dejarse llevar por el egoísmo según nos dice el Apóstol a continuación. Fue por soberbia o egoísmo que Adán y Eva cayeron en la trampa de las serpiente que los engañó haciéndoles pensar que podrían decidir lo que es bueno y lo que es malo, es decir ser como Dios, y debido al egoísmo se dejaron engatusar por el demonio y perdieron no solo la libertad, sino la comunión con Dios, la felicidad y comunión mutua y se trajeron encima todos los males que todos conocemos.

Luego procede San Pablo: “Sed esclavos unos de otros por amor “ y recuerda que al amor mutuo es la síntesis de la ley. Conviene que recordemos que el hombre es un ser esencialmente social y necesita vivir en comunidad, en primer lugar en la familia, para poder desarrollarse y llegar a desarrollar las virtudes y cualidades que lo caracterizan como imagen y semejanza de Dio e Hijo suyo en Jesucristo Nuestro Señor. Por lo tanto, el amor a Dios y al prójimo están relacionados con la verdadera libertad.

Desde el Renacimiento y la Reforma Protestante se ha ido introduciendo cada vez más el individualismo. La familia es la primera comunidad que conocemos y es esencial para nuestro desarrollo y perfeccionamiento. La cultura que se ha ido desarrollando desde esa época que suele llamarse liberalismo priva el individualismo y la libertad negativa. Unos filósofos ingleses del siglo XVII, Thomas Hobbes y John Locke fueron los primeros en promover esta ideología y fueron seguidos por el francés Jean Jacques Rousseau en el siglo XVIII. Ellos no creen que el hombre sea un ser esencialmente social, sino que postulan una situación primitiva en la que no había armonía, o existía “el salvaje noble de Rousseau”, o que la introducción de la propiedad privada provocó desorden de manera que fue necesario establecer un contrato social para que haya orden y el hombre pudiera alcanzar un nivel de felicidad. No creen en las comunidades naturales queridos por Dios que son la familia y la comunidad política. El Estado sería neutral en relación con la religión, pero eso no es lo que se da. Ya hemos llegado al final de las posibilidades de este sistema que con la falsa noción de la libertad negativa que es una autodeteminación lo más amplia posible mientras no estorba la libertad del otro. Es lo que nos ha dado la revolución sexual, el transgenderismo y demás males que hoy conocemos.

Para alcanzar la verdadera libertad, tenemos que someter los instintos y pasiones al dominio de la razón iluminada por la fe. San Pablo, aquí en en otras cartas habla de la carne y el espíritu. Cuando se refiere a la carne no es solamente lo relacionado con el sexto mandamiento sino el reino del mal, de las tendencias malas no controladas, el egoísmo, la sensualidad y demás vicios. Luego habla del espíritu, aquí se trata de haber colocado todo nuestro ser bajo el dominio de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo. En la carta a los Romanos habla de la lucha que se da entre la carne y el espíritu.


Es cierto que Dios nos ha dado el libre albedrío, pero como todos sus dones a nosotros nos toca formarnos, desarrollar estos dones de forma que nos ayuden a cumplir su plan para nuestra vida digna en este mundo y la felicidad plena y perfecta en el futuro en el cielo. El filósofo Aristóteles decía que el hombre nace como una tabla rasa, es decir, el niño tiene que aprender todo. Se trata, pues de una libertad virtual que tiene que desarrollarse y perfeccionarse. De lo contrario, no llegamos a la “plentitud de la edad de Cristo”. Hay variedad de talentos, pues no todo mundo tiene los mismos talentos musicales o literarios, aunque si nos dedicamos a practicar cualquier arte u oficio ciertamente mejoraremos, pero nadie garantiza que llegaremos a ser grandes artistas como Mozart o Miguel Ángel que tampoco es necesario. Influyen muchos factores como las circunstancias de nuestra niñez, el tipo de colegio o educación en general que hemos podido adquirir, el hecho de haber tenido unos padres y maestros que nos estimularon y dieron buen ejemplo, o el hecho de haber podido juntarnos con buenos compañeros etc. En todo caso, mucho depende de nuestra voluntad de practicar la virtud, de superar los vicios del egoísmo, la vanidad, la envidia, la pereza, la impaciencia, la tendencia a dar rienda suelta a nuestros vicios, el haber querido formar buenos hábitos. Si formamos parte de este grupo de personas, lo que nos dice San Pablo en nuestra segunda lectura de hoy nos ha de estimular y ayudar a alcanzar la meta que Dios nos tiene reservada. 

sábado, 22 de junio de 2019

MELQUISIDEC, REY Y SACERDOTE PREFIGURA A JESÚS EN LA EUCARISTÍA

HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE JESUCRISTO, 23 DE JUNIO DE 2019.

Hace unos años el Papa Benedicto XVI en su homilía de esta Fiesta de Corpus Christi recuerda que se trata de una fiesta que nos trae a la memoria el misterio de Jueves Santo, la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que realiza dos actos totalmente extraordinarios, tomando el pan, fraccionándolo y dándolo a los apóstoles con las palabras "esto es mi cuerpo entregado por vosotros" y tomando el vino y  diciendo "este es mi sangre   de la nueva alianza derramada por vosotros. Decía que mientras Jesús en la última cena estaba con los apóstoles por última vez en este mundo antes de la entrega de sí mismo en la cruz, esta fiesta de Corpus Christi nos pone en presencia del Señor resucitado y glorioso que es el que se ha ofrecido para el perdón de nuestros pecados y para acompañarnos como su Cuerpo que es la Iglesia a lo largo de los tiempos hasta su segunda venida gloriosa. La Eucaristía siendo el cuerpo y la sangre de Cristo es el fundamento de la Iglesia, o con otras palabras, la Iglesia proviene de la Eucaristía y el misterio más grande que ella posee,

Quisiera comentar un poco las lecturas que la Iglesia nos propone para esta Celebración del Corpus Christi en el ciclo C de nuestra liturgia. Empezamos con una breve lectura del c. 14 del Libro del Génesis. Introduce un personaje bastante misterioso que se llama Melquidesec " Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y bendijo a Abrán". Estas pocas palabras dicen mucho. El se encuentra con Abrahán después de que este hubiera alcanzado una victoria en su batalla contra unos reyes. El nombre Melquesidec significa "rey de justicia", También es rey de Salem, palabra que proviene de shalom que en hebreo significa "paz", y resulta que la ciudad de Jerusalén contiene esta palabra "salem", o sea ciudad de paz. Es más, ofrece sacrificio de pan y vino. Conviene que recordemos el significado de los sacrificios. SE trata de ofrecer a Dios algo de lo mucho que no ha dado para manifestar nuestro adoración, alabanza, acción de gracia o súplica. Normalmente estamos acostumbrados a encontrar los sacrificios cruentos de animales en el Antiguo Testamento, pero existían también los sacrificios de cereales por ejemplo en el caso de las primicias de la cosecha ofrecidas a Dios como reconocimiento de que todo provenía de él. La sangre significaba la vida y Dios es la fuente de la vida. Es obvio que este rey y sacerdote, Melquidisec, rey de justicia prefigura a Jesucristo que se ofreció a sí mismo en la cruz y anticipó esta entrega en la última cena como ofrenda de pan y vino. 

Melquisidec es una figura misterioso en la Bibla y sale solo tres veces. La segunda vez es el salmo 109, que es nuestro salmo responsorial hoy. El responso es "Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisidec". Se trata de un salmo que se cantaba en la ocasión de la coronación del rey de Judá en el templo de Jerusalén, El rey representaba la unidad del pueblo, así en el caso  de Saúl y David que reunieron en un solo reino los diversos tribus. Además, era también sacerdote, padre y pastor de su pueblo. La proclamación del rey como "sacerdote eterno según el rito de Melquidesec" indicaba que no era un rey cualquiera sino que prefiguraba el verdadero rey eterno que sabemos es Jesucristo Nuestro Señor. 

Pasemos a nuestra segunda lectura que está tomada de la Primera Carta de San Pablo que es su relato de la Institución de la Eucaristía, una tradición que él recibió cuando se convirtió que sería como tres años después de los hechos y su carta sería de unos 20 años más tarde y 20 años antes de los evangelios: "

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva". 

El cuerpo de Cristo entregado por nosotros obviamente se refiere ante todo de su entrega en la cruz por nosotros. "La sangre de la nueva alianza" nos recuerda que en la Biblia la sangre simboliza la vida, y la nueva y eterna alianza se refiere a la promesa de Dios hecho al Profeta Jeremías en el c.31. Manda a los apóstoles a repetir el gesto que había hecho, de esa manera instituyendo el sacramento del Orden y hasta su vuelta gloriosa que es el tiempo de la Iglesia. 

Pasemos a la versión de San Lucas de la multiplicación de los panes que obviamente tiene relación con la Eucaristía. Los apóstoles quieren que Jesús despida a la gente con hambre, pero Jesús no quiere hacer eso sino que él les va a dar de comer. Se trata del cumplimiento de su misión real. Además de sacerdote, es rey y el rey representa la unidad del pueblo como hemos señalado y le corresponde proveer las condiciones para que tenga de qué comer. Claro, en el caso de Jesús, hay en el gesto un fondo simbólico en cuanto que el alimento que da es en palabras del Evangelio de San Juan "el pan bajado del cielo que da la vida al mundo". El alimento de vida eterna que Jesús nos da es la Eucaristía, pan de vida eterna. Seguirá en el mundo mientras no regresa al final de los tiempos para reunir a todos sus hermanos en el Reino eterno con su Padre, el Espíritu Santo, los ángeles y los santos. 

Como conclusión podemos darnos cuenta del papel esencial que la Eucaristía tiene para nuestra vida cristiana presente que es camino, peregrinación hasta la vida eterna. ¿La tomamos en serio? ¿Realmente creemos que Jesucristo es el Rey de Reyes que se ha dado por nosotros en la cruz y renueva su entrega en cada misa? ¿Acudimos a la Iglesia, su casa con reverencia, intentando disponer nuestras almas para recibir tan gran don? Recordemos que Jesús expulsó a los vendedores del templo. ¿No seremos nosotros como esos vendedores, pues el templo de Jerusalén era ciertamente un lugar santo, pero comparado con lo que es la presencia misma de Jesucristo Dios y Hombre, Rey y Sumo Sacerdote en nuestros altares y se ofrece a los que llegamos a recibir dignamente, el templo de Jerusalén era poca cosa. Durante una misa de exequias el otro día, llegaron unos tarde y se pusieron a saludarse interrumpiendo la misa. He tenido ocasión de ver a otros saludarse al estar en la fila para recibir la Sagrada Comunión? ¿Qué tipo de fe y reverencia tienen estos ante tan gran misterio? Les invito a examinar la conciencia e intentar recuperar lo que era antes la reverencia y el clima de oración que reinaba en las Iglesias antes y después de la celebración. También hay personas que acuden al altar de la Eucaristía al final de la misa a rezar y otro que ni se dan cuenta de que los están estorbando? ¿No dijo Jesús a los judíos que la casa de Dios es santo y no un lugar de comercio?




sábado, 15 de junio de 2019

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, 16 DE JUNIO DE 2019.

Todos sabemos que el misterio de la Santísima Trinidad es el más profundo juntamente con la de la Encarnación redentora de Jesucristo Nuestro Señor, la segunda persona de la misma Trinidad. ¿Este hecho nos debe de asustar y evitar el intento de captarlo dentro de los límites de nuestra mente? Todos los misterios de la fe han de ser razonables, lo cual no quiere decir que podemos lograr comprenderlos, pues San Agustín dijo acertadamente "Si comprehendis, non est Deus". "Si lo comprendes, no es Dios". Sin embargo, el Credo que rezaremos dentro de unos momentos comienza con la profesión de fe en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible". El mismo San Agustín dedicó una parte notable de su tratado sobre la Trinidad a buscar vestigios de la Trinidad en la creación y de manera especial en el hombre, que según nos dice el Libro del Génesis, Dios lo creó a su imagen y semejanza. También la teología nos dice que la primera revelación de Dios es precisamente la creación. Además, aunque con argumentos racionales se puede llegar a descubrir la existencia de Dios y algunos de sus atributos, aunque no la Trinidad. Una vez revelado este gran misterio, podemos encontrar argumentos que demuestran que no es irracional sin razonable. Por lo tanto, dentro de los límites de una homilía y sirviéndome de las lecturas bíblicas que la Iglesia nos propone para esta fiesta, procuraré explicar brevemente lo que este misterio significa para nosotros, como se expresa en la liturgia e invitarnos a profundizar en la relación con las tres divinas personas sobre todo a través de la oración y la liturgia. En pocas palabras, es muy importante para el aumento de nuestra fe, esperanza y amor a Dios y al prójimo responder con gozo al amor que nuestro Dios Uno y Trino nos ha manifestado y que esto nos llene de alegría, de gratitud y una gran esperanza de llegar a gozar de su presencia eternamente en el cielo.

En la liturgia nuestro primer encuentro con la Sma. Trinidad ha sido nuestro bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo. Dado que en el bautismo hemos sido incorporados a Jesucristo, Hijo de Dios y convertidos en hijos en el Hijo, obviamente también a través de Jesús hemos entrado en comunión con Dios Padre y el Espíritu Santo, aunque luego la Confirmación nos ha comunicado al Espíritu Santo de manera más específica como sucedió con los apóstoles en Pentecostés. Decía Jesús en la Última Cena: "El que me ama guardará mis palabras y mi padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él". También prometió a los apóstoles en la misma ocasión que enviaría al Espíritu Santo como abogado defensor y que les ayudaría a recordar todo lo que les había enseñado. Además, nos conviene recordar que Dios no se reveló meramente para satisfacer nuestra curiosidad sino "por nosotros los hombres y por nuestra salvación". A lo largo de los siglos, muchos filósofos, reyes y otros han intentado salvar al hombre, pero sobre todo el siglo XX con sus ideologías nefastas nos ha demostrado que lo único que lograron ha sido unas masacres de alrededor de 100 millones de personas. La verdadera felicidad que todos anhelamos consiste exclusivamente en lo que Santo Tomás de Aquino llama la visión beatífica, que consiste en una relación intima, personal y eterna con las tres divinas personas  en lo que llamamos el cielo. Como he señalado esta relación comienza con el bautismo, pero en este mundo se basa en la fe que es por definición oscura. Nuestra fe se basa en el testimonio de los apóstoles que conocieron personalmente a Jesús tanto en su vida pública como después de su resurrección y sellaron su testimonio con el martirio. Además, Jesús cumplió lo profetizado por los profetas del Antiguo Testamento e hizo milagros extraordinarios. Se nota también el tipo de relación que tenía con su Padre a quien se refería como Papá (Abba en su lengua materna que era el arameo).

San Juan al inicio de su Evangelio dice: En el principio existía el Logos y el Logos estaba con Dios y el Logos era Dios...Todo se hizo por él y sin él nada de cuanto se hizo existe. No he traducido el término logos aunque todas las Biblias lo traducen como Palabra o Verbo. En realidad, es un concepto que tiene una larga historia en la filosofía griega, y en una Diccionario Bíblico se dedica varias páginas para expresar lo que significa. Decía que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza  y donde residen estas características del hombre es en la mente y en la voluntad. Entonces, logos sería la inteligencia, la racionalidad con las que Dios ha creado el universo y al hombre, y en la misma divinidad se expresa con este término. Dios Padre conociéndose a sí mismo genera al Hijo o Logos y por esto también Jesús decía que Él es la Verdad. Luego está la voluntad que es la capacidad de amar. El Padre ama al Hijo de manera que podemos, según explica San Agustín, discernir que tiene que haber uno que ama o el amante, luego el amado y el amor entre ellos, que viene siendo el Espíritu Santo y por eso San Agustín llama al Espíritu Santo amor y don.

Pasemos ahora a nuestras lecturas de hoy para que nos ayuden a captar esta realidad. En el Libro de los Proverbios, como  también en el Libro de la Sabiduría, se hace una personalización de la Sabiduría y en nuestro pasaje de hoy aparece como presente junto a Dios en la creación y existente antes de la misma creación: "Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano". Este texto como otros similares se consideran como anticipando en el Antiguo Testamento de alguna manera al Logos a través del cual, como he señalado arriba, todo fue hecho, según nos dice San Juan. 

El mismo San Juan en su primera carta afirma que Dios es amor y en nuestra segunda lectura de hoy de la Carta de San Pablo a los Romanos, el apóstol dice "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Dios no tenía ninguna necesidad de crear nada, ni el universo ni ninguno de nosotros, pues si tuviera tal necesidad no sería Dios. El fin que tenía al crearnos corresponde a su amor infinito que llega al extremo de enviar a su Hijo al mundo y permitir que llegara a la cruz para slavarnos a nosotros de la condena eterna que llamamos el infierno y para que podamos participar en su naturaleza divina, como dice San Pedro en su segunda carta. 

Nadie ama lo que no conoce. Por ello, les invito a reflexionar sobre este amor infinito de Dios a nosotros y el misterio de la inhabitación de las divinas personas en nuestra alma a partir del bautismo si no es que las hemos expulsado debido a algún pecado grave o mortal. Nosotros que participamos cada domingo o cada día en la Sagrada Eucaristía y si estamos atentos a las lecturas y las oraciones nos daremos cuenta cada vez más sobre quién es este Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo si realmente ponemos atención, si reflexionamos sobre lo que sucede en cada misa. También nos conviene buscar un tiempo para la oración, que según Santa Teresa de Jesús es una conversación con aquel que nos ama". Si nos esforzamos tanto en conocer como amar al Señor, a Dios Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios, él nos dará la gracia de la alegría, de la paz interior, de manera que pese a los sufrimientos que inevitablemente tendremos que sobrellevar, viviremos con una gran esperanza sabiendo que al final de nuestro camino llegaremos a la meta de la vida eterna y ver a Dios cara a cara. 

sábado, 8 de junio de 2019

DOMINGO DE PENTECOSTES: UN REPASO DE LA ACCIÓN DEL EPÍRITU SANTO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

HOMILÍA DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS, 9 DE JUNIO DE 2019.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se cuenta un episodio curioso protagonizado por San Pablo cuando llegó a Éfeso: Se encontró a algunos discípulos y les preguntó "¿Habéis recibido el Espíritu Santo cuando habéis llegado a la fe?  y ellos contestaron "Ni siquiera hemos escuchado decir que existe un Espíritu Santo" . ¿No será este el caso de un gran porcentaje de los católicos actuales? Los padres, pese a no pisar la Iglesia más de un par de veces al año, presentan a los hijos para que se les bautice, y se comprometen a educarles en la fe, cosa evidentemente imposible para ellos porque no cumplen con lo mínimo requerido por el Derecho Canónico para que se permita el bautismo de un hijo, es decir, que haya una fundada esperanza de que se les vaya a educar en la fe. Luego a los 8 años vuelven a presentarlos a la parroquia para que reciban catequesis para la Primera Comunión, sin haber tenido ninguna experiencia de la fe católica en sus casas. Luego se da la gran fiesta de la Primera Comunión, para la cual no pocos sacan un préstamo del banco y a veces le dan al niño un viaje como a Disneyland de París. En cuanto a la Confirmación, la mayoría no la reciben porque al parecer no se es una fiesta como la de la Primera Comunión. ¿No es cierto que en tal caso, estamos en una mayor ignorancia del Espíritu Santo que aquellos de Éfeso en tiempos de San Pablo?

En esta homilía, quisiera hacer un breve repaso del papel del Espíritu Santo en la Historia de la Salvación. Ciertamente, se dice que los grandes acontecimientos de la historia human están jalonados por guerras y revoluciones. No así la historia sagrada. Empecemos con el primer versículo del Libro del Génesis: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas", y se procede con el relato de la creación como el establecimiento de un orden en el universo. Los Padres de la Iglesia veían la acción del Espíritu Santo como una suerte de línea roja que une los puntos luminosos a lo largo de la historia. San Basilio dice de la creación: "Piensa en la creación. Ella fue realizada en el Espíritu Santo que consolidaba y adornaba los cielos. Piensa en la venida de Cristo. El Espíritu la preparó y después en la plenitud delos tiempos, la ha realizado descendiendo sobre María. Piensa en la parusía. El Espíritu Santo no estará ausente tampoco entonces, cuando los muertos resucitarán de la tierra y nuestro Salvador se revelará desde el cielo" (San Basilio, Sobre el Espíritu Santo, 16, y 19).

Veamos el segundo relato de la creación del hombre: "El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo e insulfó en él el aliento de la vida, y resultó el hombre ser un ser viviente".  Tanto en hebreo como en griego y en latín, la palabra espíritu tiene que ver con la respiración, Dios le dio al hombre la libertad con la posibilidad de hacer mal uso de la misma, cosa que lamentablemente hizo. Así empezó la historia del pecado, del mal y de la muerte que se extendía cada vez más en la tierra hasta que Dios dice "Me arrepiento de haberlos creado", pero Dios no se deja vencer por el pecado y la maldad del hombre. Decide replasmar su creación en la primera operación de rescate de la historia que es la del Noé y el Arca. Es como si hubiera hecho una estatua de bronce, pero se corroe y se deforma con el paso del tiempo y la refunde. El antiguo y primer Adán le falló a Dios, pero decidió arreglar radicalmente la situación enviando a su Hijo Jesucristo al mundo como el "nuevo Adán". Esta vez no puede fallar porque su mismo Hijo se hace hombre y Jefe de la nueva humanidad. Esta obra maravillosa la realizó "por obra del Espíritu Santo" y la colaboración de María Santísima.

Toda la vida de Jesús, su vida escondida en Nazaret como carpintero, su predicación, sus grandes milagros y la expulsión de los demonios la lleva acabo bajo el signo del Espíritu Santo. Sobre todo con el bautismo de Jesús en el Jordán fue consagrado en el Espíritu y poder (Hechos 10,38) para llevar la buena noticia a los pobres y es conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio. Se va revelando al Espíritu ya no solamente como fuerza y poder de Dios sino como persona. De igual manera que el Espíritu acompaña y guía la acción evangelizadora de Jesús, así también sucede con la Iglesia. Es enviado al mundo y condenará al mundo mientras llevará a los discípulos a la verdad plena (Jn 14-16) y San Pablo añade que el mismo Espíritu orará en los discípulos "con gemidos inefables" (Rom 8,26). De hecho, en el c. 20,22 de San Juan, Jesús resucitado en su primera aparición a los apóstoles respira sobre ellos y los invita a recibir el Espíritu Santo para poder perdonar los pecados, de manera que hay un paralelismo perfecto entre la acción del Espíritu en la vida pública de Jesús y luego en la vida de la Iglesia, su Cuerpo Místico.

Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, así como la Navidad es el nacimiento de Jesús en la encarnación, y en ambas ocasiones María Santísima está presente cumpliendo un rol importante. Ya San Juan la había incluida entre las personas que estaban cerca de la cruz a la muerte de Jesús. La que desde la Anunciación del Arcángel Gabriel había llegado a ser Madre de Jesús, llega ahora a ser Madre de la Iglesia naciente en el Cenáculo de Jerusalén. Así Dios cumple su promesa hecha a través del Profeta Isaías de hacer algo nuevo (43,19). Nuestro Salmo Responsorial de hoy reza: "Envía tu Espíritu, Señor y renovarás la faz de la tierra.

El episodio de la Torre de Babel en el Libro del Génesis había hecho patente el fruto de la arrogancia del hombre como un esfuerzo de llegar al cielo por sus propias fuerzas y su propia tecnología, cosa que tiene hoy en día una gran actualidad. La división, la separación y  la imposibilidad de comunicarse entre los hombres que se dio en Babel, se deshace en Pentecostés cuando los apóstoles hablan al grupo de personas reunidas para la fiesta del norte, sur, oriente y poniente y todos los entienden en su propia lengua.

La humanidad ha de aprender a comunicarse con una nueva lengua comunicada por el Espíritu Santo que es el amor, es decir, impresa en el corazón del cristiano. Los que somos católicos, hemos de esforzarnos cada día por dejarnos conducir por el Espíritu Santo porque solo así podemos aprender el verdadero amor a Dios y al prójimo. San Agustín en su tratado sobre la Trinidad afirma que el Espíritu Santo es en persona el amor entre el Padre y el Hijo y San Pablo afirma que "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Claro,  en este mundo mientras no lleguemos a la segunda venida del Señor, alcanzar el amor es una lucha, necesita mucho sacrificio y seguimiento del camino de Jesús que lo llevó al Calvario. No hemos de desfallecer en el intento porque aunque todavía no se ve plenamente la victoria de Jesucristo sobre el mal y la muerte, es una realidad y nos invita a colaborar para que esta victoria por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en cada cristiano vaya ganando más almas y progresando en esta victoria hasta que llegue a la plenitud.