HOMILÍA, II DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C, 17 DE MARZO DE 2019.
Este segundo domingo de Cuaresma es tradicional que examinemos el Evangelio de la Transfiguración y este año nos corresponde la versión de San Lucas. En primer lugar indica que el episodio se dio cuando Jesús estaba orando. Notamos que los contemporáneos de Jesús al constatar los milagros extraordinarios que realizaba solían preguntar "¿quién es? y el asombro se apoderaba de ellos. A diferencia de los animales, que al morir, su alma simplemente muere con su cuerpo, el hombre posee un alma espiritual que no puede ser destruida y es inmortal. Muchos santos y místicos, como por ejemplo, Santa Teresa de Jesús, tuvieron unas experiencias extraordinarias mientras todavía vivían en este mundo. Los relatos de la resurrección de Jesús indican que era capaz de aparecer y desaparecer sin pasar por ninguna puerta. El Papa Benedicto XVI señala en su libro Jesús de Nazaret que la resurrección es un nueva dimensión de la realidad que se da en primer lugar en Jesucristo tal y como lo experimentaron los discípulos. Como veremos, la transfiguración es un adelanto, un modo en el que los tres apóstoles que acompañaban a Jesús vislumbraban lo que luego sería la vida gloriosa y resucitada de Jesús. Veamos, pues, en primer lugar, los que podemos sacar de la primera y la segunda lectura que nos ayude a alcanzar comprender algo de esta nueva dimensión.
La primera lectura del Libro del Génesis trata del encuentro de Abrán con Dios luego de haber llegado a lo que llamamos ahora Tierra Santa. Dios lo había sacado de su tierra y de la casa de sus parientes en Ur de los Caldeos, que está cerca del Golfo Pérsico y lo mandó primero a ir a Harán, que está en Siria, para luego llegar a Caná y también visitar Egipto. En esta ocasión Dios le promete a Abrán una herencia innumerable, pese a que tanto él como su esposa Sara eran ya ancianos. Dios le manda hacer un sacrificio con un carnero, una tórtola y un pichón y cae la noche. "Un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él? Un humarada de horno cayó y una antorcha ardiendo pasó entre los miembros descuartizados". Aquí tenemos un ejemplo de una intervención extraordinaria de Dios. Para poder entrar en comunión con Dios, necesitamos excluir o dejar en segundo plano toda nuestra experiencia de este mundo. Por ejemplo, nos parece normal cerrar los ojos para poder concentrarnos mejor en la oración.
Pasemos ahora a la segunda lectura y lo que podemos aprender de lo que nos dice San Pablo en su carta a los cristianos de Filipo. "Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos a un Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa con esa energía que posee para sometérselo todo". San Pablo entendía lo que significaba la ciudadanía y el hecho de haber nacido como ciudadano romano. Si somos ciudadanos del cielo, entonces es nuestra verdadera patria, el lugar donde nos corresponde no por nuestra naturaleza sino por el misterio de la gracia por el que hemos sido elevados a ser Hijos de Dios en y por Jesucristo, y eso se dio en el bautismo. Se trata, pues de esa nueva dimensión de la realidad que Jesucristo por su resurrección ha inaugurado. Si somos ciudadanos del cielo, hemos de actuar de manera que nuestra vida en este mundo no es permanente o duradera. Como dice en varias ocasiones la Biblia es como paja que arrebata el viento. Si esa nueva vida a la que hemos nacido de nuevo por el bautismo es eterna y además tiene unas características que apenas podemos imaginar en la vida actual, no debemos entretenernos con toda el alma en los asuntos mundanos sino a través de nuestro paso por este mundo, ir aprendiendo cómo vivir de acuerdo al paradigma que nos ha dejado Jesús, pues para eso vino al mundo, murió en la cruz y resucitó a esa vida nueva en la resurrección. San Pablo utiliza la palabra metamorfosis, que significa transformación o también transfiguración. Resulta que en esta vida a partir de nuestro bautismo estamos como en el vestíbulo de esta nueva situación y no la poseemos plenamente.
Veamos ahora algunos aspectos de esta vida nueva y resucitada según como la describe Santo Tomás de Aquino. En primer lugar, se trata del mismo cuerpo que se había separado en el caso de Jesús por la muerte en cruz, pero la misma alma la vuelve a asumir. No se trata de un fantasma, ni se crea un cuerpo nuevo, es decir, que hay identidad entre el cuerpo nuestro y el que tendremos en la resurrección. Se trata, pues, de un cuerpo espiritual, es decir, bajo el poder del espíritu. Los cuerpos gloriosos son resplandecientes, como constatamos en el episodio de la Transfiguración. El cuerpo glorioso es incorruptible. Otra característica del cuerpo glorioso es la integridad. Será impasible, pero no insensible. Será sutil. Poseerá la agilidad de manera que podrá rápidamente trasladarse a cualquier lugar con la rapidez del pensamiento. La claridad. "“En la renovación universal, dice Sto. Tomás, todos los seres serán engrandecidos. Los espíritus inferiores, las almas, adquirirán las propiedades de los espíritus superiores, que son los ángeles. Así lo enseña el mismo Evangelio: “Los hombres serán semejantes a los ángeles”. El alma gloriosa tendrá dominio total sobre el cuerpo no como sucede hoy. Y “Todo ser, dice Sto. Tomás, rehuye invenciblemente su destrucción. Por tanto, cuando las criaturas desean ardientemente el fin de este mundo, no desean su aniquilamiento, sino su libertad y renovación.” De aquí infieren lógicamente los doctores que las criaturas no serán destruidas, sino purificadas por el fuego al fin del mundo, al modo que el oro no se destruye al pasar por el crisol, sino que se purifica y abrillanta.
La Transfiguración es un gran misterio porque dejó a los tres apóstoles con una visión de lo que sería luego la vida eterna a la que Jesús nos invita y que inaugurará en la resurrección. Ellos no eran capaces de entender por qué Jesús tenía que sufrir, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día para inaugurar el nuevo mundo al que nos quiere llevar a todos. Por tanto, ¿qué mejor momento que la Cuaresma en la que nos disponemos a celebrar este año la Pascua, el misterio del paso de Jesús a través del dolor y la muerte a la gloria de la vida verdadera en la que se sienta a la derecha de su Padre en la compañía de los santos y nosotros estamos de camino para llegar a esta meta, no por nuestros propios esfuerzos sin por su gracia maravillosa.
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