sábado, 9 de marzo de 2019

Jesús tentado en el desierto

HOMILÍA DEL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA, 10 DE MARZO DE 2019, CICLO C.

Este año nos toca la versión de San Lucas de Jesús en el desierto enfrenándose con las tentaciones del demonio, San Lucas tanto en su Evangelio como en el Libro de los Hechos de los Apóstoles resalta el papel del Espíritu Santo. Dice que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo. Ya en la anunciación el ángel le había dicho a María que "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sobra y el que va a nacer será llamado Hijo de Dios". El Espíritu Santo es la fuerza y el poder de Dios en persona, de manera que toda la vida de Jesús está guiada por el mismo Espíritu.

En la Biblia el desierto tiene un lugar muy importante en la obra de salvación realizada por Dios, de manera especial en el caso de Israel que vagaba por el desierto durante 40 años hasta llegar a la Tierra Prometida, Retirarse al desierto significa despojarse de todo lo que no es esencial en la vida. Buena parte del cometido de la Cuaresma cada año es precisamente el de llevarnos a fijarnos en lo esencial, en lo "único necesario" que es Dios y su voluntad.

Jesús ayunó durante cuarenta días en el desierto y tuvo hambre, algo totalmente obvio. El ayuno es parte de la disciplina de la Cuaresma y en general debería de caracterizar toda nuestra vida cristiana. Sin embargo, en los últimos cincuenta años parece que el ayuno como ofrenda, sacrificio hecho a Dios ha desaparecido. La liturgia de la Cuaresma nos recuerda con frecuencia la importancia del ayuno y el hecho de que Jesús ayunó en el desierto debería de indicarnos de que no es algo superfluo. El ayuno va de la mano de la oración y la misericordia o la limosna como las tres actividades características de la disciplina cuaresmal. Nuestra vida ajetreada y estresada hoy en día nos deja pocas oportunidades de volver a sí mismo y reflexionar sobre el sentido de la vida, nuestro fin último. La oración entendida como la elevación de la mente y del corazón a Dios es algo difícil porque nuestra mente está llena de muchas preocupaciones pasajeras. Superar este problema es parte del fin de crear un desierto y relegar lo pasajera al segundo término.

San Pablo con frecuencia compara la vida del cristiano con un combate, una batalla y para ello como cualquier soldado hemos de entrenarnos, ejercitarnos en diversos esfuerzos que también provocan dolor y nos exigen constancia y perseverancia. Pues bien, el gran enemigo contra quien tenía que combatir Jesús y también nosotros, es el demonio, Satanás. Es un hecho que Satanás encuentra dentro de cada uno de nosotros un aliado, un caballo de Troya que la teología llama la concupiscencia que es  resultado del Pecado Original, un resto que nos queda de la caída de nuestros primeros padres. Se trata de la debilidad que tenemos, la dificultad que encontramos en orientar las fuerzas de los instintos y pasiones bajo el dominio de la razón iluminada por la fe. Nos cuesta mucho más no hacer el bien que hacerlo. El Papa del siglo V (440-461) decía que el ayuno nos ha de fortalecer para superar los vicios. Dentro de nosotros tenemos una serie de vicios que hay que vencer: la soberbia, el egoísmo, la envidia, la pereza y muchos más.

Los pueblos tribales antiguos solían imponer a los adolescentes una serie de pruebas sea de tipo físico como adiestramiento de tipo militar, aprendizaje en la caza, en una palabra el chico tenía que aprender a superar sus vicios y a llegar a ser un hombre responsable capaz de liderar una familia, a contribuir a la defensa de la tribu de los enemigos etc. Jesús, siendo Dios, pero al mismo tiempo hombre en todo igual que nosotros menos en el pecado, tenía que enfrentarse con las pruebas o tentaciones que le presentó Satanás, que hubieran podido poner en peligro su misión mesiánica.

En primer lugar, el demonio intenta aprovecharse del hecho de su ayuno y le invita a convertir las piedras en pan. Le invitaba a hacer un milagro en provecho propio y así desviarse de su verdadera misión. Jesús respondió diciendo: "No de solo pan vive el hombre sino de toda palabra que sale dela boca de Dios".  En segundo lugar, lo lleva a una montaña alta y le enseña todas las naciones de la tierra. Además, dice que son suyas. Es decir, las grandes potencias están en sus manos, le sirven a él. Esto debido a que el poder es como una droga y es muy fácil de hacer mal uso de él. Ciertamente, el poder en si mismo no es malo, pues en el Credo profesamos nuestra fe en Dios Todopoderoso. En general el hombre por su misma naturaleza tiene poder y Dios se lo ha dado para dominar la naturaleza y a los animales y así cumplir su misión de ser representante de Dios, su gerente en la tierra. También a Dios le corresponde la gloria, pero buscar gloria terrena, fama y halagos de los hombres es una gran tentación. Satanás le prometió a Jesús todas esas naciones si lo adoraba. En tercer lugar, lo llevó al pináculo del templo y le invitaba a tirarse para abajo porque citando la Escritura, dice Satanás que los ángeles lo sostendrán. El templo era el lugar donde Dios moraba en medio de su pueblo y el centro de todo el culto y la vida del pueblo de Israel. La misión de Jesús la tenía que cumplir en la humildad, en el dolor que lo llevaría hasta la cruz, no en crear une espectáculo en el templo. Se trataba de hacer en todo y en cada momento la voluntad de Dios.

¿Qué lecciones podemos aprender de este episodio de la tentación de Jesús en el desierto de parte de Satanás? En primer lugar, hemos de pensar que si Jesús fue tentado o puesto a prueba, también lo seremos nosotros. ¿Cómo vamos a superar esta prueba? Cualquiera que se enfrenta con una prueba de tipo deportivo, de tipo artístico etc, tiene que haberse entrenado bien.  Precisamente, este es uno de los fines de la Cuaresma, el de ayudarnos a superar los vicios, a fortalecernos en la práctica de la virtud, en le cumplimiento de la voluntad de Dios para poder superar cualquier prueba. No olvidemos la promesa hecha por Jesús antes de subir al cielo "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".  Dado que en el bautismo hemos sido incorporados a Cristo y hechos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia, no estamos solos sino él nos acompaña siempre. No solo nos da un ejemplo sino que a través de la oración, de la Eucaristía y por habernos enviado el Espíritu Santo nos da la fortaleza de salir airosos de todas las pruebas. Ejercitémonos bien en la disciplina de la Cuaresma y pongamos nuestra confianza en el Señor que no nos fallará nunca.

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