sábado, 12 de marzo de 2022

LA TRANSFIGURACIÓN

 

HOMILÍA PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA, 13 DE MARZO DE 2022.


LA TRANSFIGURACIÓN.

Así como en el primer domingo de Cuaresma todos los años recordamos el ayuno de Jesús en el desierto y las tentaciones del demonio, hoy el segundo domingo es tradicional leer y reflexionar sobre el gran misterio de la Transfiguración de Jesús en una montaña que se suele considerar que es el de Tabor, aunque los evangelios no especifican qué montaña fue. En primer lugar, vamos a situar el pasaje de San Lucas en su contexto. Después de la confesión de Pedro en Cesarea Filipo Jesús les da a los apóstoles la primera de tres profecías sobre el hecho de que Jesús tenia que sufrir, ser condenado a muerte por las autoridades y al tercer día resucitar de entre los muertos.


Enseguida viene el relato de la Transfiguración que comienza “Ocho días después de estos discursos tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió a una montaña a orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto su ropa resplandecía de blancura. De pronto, dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían gloriosos y comentaban la partida (éxodo) de Jesús que se iba a consumir en Jerusalén...” En primer lugar, no nos ha de extrañar que San Lucas resalte el hecho de que Jesús estaba orando cuando se dio la transfiguración, palabra que traduce del griego metamorfosis original que significa cambio de forma.


No es de extrañar que la idea de la pasión con su tremendo dolor seguir de la muerte y a los tres días la resurrección fueran algo completamente incomprensible para los apóstoles. No podían concebir a un Mesías que muriese en una cruz, una condena extremadamente cruel que no se podía administrar a un ciudadano romano. Además, tampoco les quedaría clara lo que significaría la resurrección, traducido significa despertar o levantarse. Algunos judíos, particularmente, los fariseos creían en una resurrección de los justos al final de los tiempos, pero la idea de que algunos pudiera adelantar eso no se le ocurría a nadie.


En ninguna parte del Nuevo Testamento se nos entrega un detalle sobre el cuerpo de Jesús como era su rostro, su figura etc. Obviamente, los evangelistas no consideraban este tipo de detalle de interés o importancia. No escribieron para satisfacer nuestra curiosidad de este tipo. Siguiendo una pauta dada por el Obispo Auxiliar de Los Ángeles, Monseñor Robert Barron, vamos a explicar lo que escribe Santo Tomás de Aquino sobre el tema de la Transfiguración: Tomás de Aquino dice que era apropiado que Cristo se manifestara en su gloria a sus apóstoles seleccionados [Pedro, Santiago y Juan], porque aquellos que caminan por un sendero arduo necesitan un sentido claro del objetivo de su viaje. El camino arduo es esta vida, con todos sus sufrimientos relacionados, fracasos, decepciones e injusticias”. En nuestro caso también, nos conviene tener alguna idea acerca de la meta del camino que llevamos hacia la vida eterna. Por ello, era oportuno que Jesús hiciera partícipes a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan en este misterio de la Transfiguración.


Sto. Tomás nos presenta cuatro cualidades del cuerpo resucitado, pues dado que todos nosotros nos encontramos en el camino hacia el cielo (in via), nos ha de ayudar saber algo acerca del cuerpo glorioso. Es verdad que gozamos de identidad, incluso ya en este vida e igualmente en la vida futura. Es cierto y nadie lo niega que somos la misma persona ahora que, por ejemplo, cuando recibimos la primera comunión a los 7 años. Sin embargo, los científicos nos enseñan que todas las células de nuestro cuerpo se renuevan cada siete años. No obstante, somos idénticos aunque con ciertas diferencias. En el cielo gozaremos de tal identidad, pues es obvio que la perfección del cuerpo glorioso de Jesús y María ya, y en el caso nuestro en el futuro, no provoca un cambio tal que no seremos idénticos.


Gozaremos de otra cuatro cualidades como fruto de nuestra identificación con Jesucristo en nuestro bautismo, aunque plenamente realizada por la visión de Dios (visión beatífica), pues e alma beatificada se manifestará en nuestro cuerpo también, como era el caso de Jesús resucitado. Estas cualidad son:

1) Impasibilidad.

Así como el Señor resucitado ya no puede morir ni sufrir , nosotros tampoco nosotros. San Pablo habla de un cuerpo espiritual, es decir, elevado hasta el reino del espíritu. “Es sembrado un cuerpo corruptible, pero resucitará como espiritual” (1Cor 15,44). De hecho, ya en esta vida, nuestra alma y también su estado se manifiesta a través del cuerpo. Por ejemplo, si no reunimos con un gran amigo luego de no haberlo visto en mucho tiempo, nuestra alegría se manifiesta en nuestro ojos y en general en nuestro rostro. De manera similar, cuando nos sucede algún acontecimiento doloroso como la muerte de un ser querido, esto se nota en nuestro rostro. Pues, en el cielo, se manifestará la alegría de la resurrección y no va a haber dolor ni sufrimiento de ningún tipo, como tanto Jesús como María experimentan.

2, Sutileza

El cuerpo glorioso de Jesús era capaz de pasar por las puertas sin que nadie las hubiera abierto. De hecho, hay casos de santos que han recibido esta gracia. Se cuenta de San Martín de Porres, que era capaz de salir del Convento de Santo Domingo en la ciudad de Lima para atender a alguna persona enferma o necesitada sin haber pasado por ninguna puerta. Esto al parecer quedó constatado porque los otros fraile de la comunidad se daban cuenta. Se da casos similares en la vida de otros santos.

3. Agilidad


El cuerpo obedecerá al alma con la mayor velocidad superando todo obstáculo. San Pablo indica (1 Cor 15,43). Es sembrado en la debilidad, resucitará en el poder”.

4. Claridad.

El cuerpo resucitado, como el cuerpo de Jesús en la Transfiguración estará lleno de luminosidad. Estará lleno de belleza y radiación.

La solemnidad de la Transfiguración del Señor..., nos invita a dirigir la mirada «a las alturas», al cielo. En la narración evangélica de la Transfiguración en el monte, se nos da un signo premonitorio, que nos permite vislumbrar de modo fugaz el reino de los santos, donde también nosotros, al final de nuestra existencia terrena, podremos ser partícipes de la gloria de Cristo, que será completa, total y definitiva. Entonces todo el universo quedará transfigurado y se cumplirá finalmente el designio divino de la salvación.






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