sábado, 13 de febrero de 2021

EL SEXTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 14 DE FEBRERO DE 2021

 EL LIBR0 DEL LEVÍTICO Y JESÚS ANTE LA LEPRA.

En tiempos de Jesús, la lepra era cualquier tipo de enfermedad de la piel, o sea no una enfermedad tan específica como lo es hoy en día. Las normas establecidas en la Ley del Antiguo Testamento se encuentran en el Libro del Levítico, el tercero de los cinco primeros libros que llamamos Pentateuco, o sea un volumen de cinco libros. La palabra levítico proviene de la Tribu de Leví, uno de los doce hijos de Jacob. All ingresrar en la Tierra Prometida,a  los levitas no les tocó una parte en la repartición de la tierra proque se misión era el cuidado de todos los aspectos del culto. Durante los 40 años que el pueblo pasó vagando por el desierto, la Biblia nos cuenta que tenían una tienda especial en la que realizaban el culto, y luego de haberse establecido en la Tierra, ocuparon unos templos, el más conocido siendo el de Silo, donde más tarde el sacerdote Elí y el profeta Samuel serían al pueblo. Es un libro poco conocido entre los católicos porque no es que salga mucho en nuestra liturgia. La verdad es que no es un libro fácil de seguir porque contiene contiene un gran número de normas sobre la necesidad de la pureza ritual y demás reglas que se encuentran en el Código de la Santidad (en realidad, hay tres códigos de leyes en el Pentateuco, el primero está en el Libro del Éxodo, el segundo siendo éste de la Santidad y el tercero el de Deuteronomio que significa "segunda ley"). 

El concepto de santidad es muy importante y etimológicamente significa separación. Todo lo que tiene relación con Dios es santo,  el mismo Dios es santo, es decir, está a otro niveo separado de nosotrosl. De ahí la importancia del gran número de normas de pureza ritual, auque también tiene que ver con normas de tipo moral. Entre el hombre y Dios hay un abismo, como dice el Libro de Isaías: "Tan alto está el cielo sobre la a tierra, así de altos son mis caminos sobre los vuestros". Los leprosos eran considerados como impuros por ello no solo separados del culto o la liturgia sino también obligados a vivir fuera de los pueblos y al ver llegar a una persona a gritar impuro al ver que se acercaba alguna persona. Esto no nos ha de parecer extaño en estos días de coronavirus cuando confinan incluso a personas sanas, cosa jamás hecha, ni obviemente se manda hacer tal cosa aquí en el libro del Levítico. Contacto con sangre o con un cadáver también provocaba impureza ritual, de manera que una persona que había tocado sangre o un cadáver era considerado impuro y mientras no cumplía unos ritos y fuera certificado por un sacerdote no podía participar en el culto. En el Evangelio tenemos, por ejemplo, en la parábola del Buen Samaritano en el que el que fue atracado y quedó mal herido, hemos de suponer que había sangrado. Pasaron un sacerdote y un levita  (un ayudante de los sacerdotes en el culto del Templo) y se fueron sin socorrer al malherido. Eso lo vemos muy mal nosotros, pero en su caso, si hubieran tocado el cuerpo de la víctima y manchado las manos de sangre quedarían excluido del culto. En todo caso, constatamos que la actitud de Jesús es radicalmente contrario a la del sacerdote y el levita, o por ende el Samaritano. Es verdad que los samaritanos seguían el Pentateuco y por ello estaban obligados a cumplir las leyes rituales y tenían su propio templo. Sin embargo, Jesús lo presenta como movido y compasivo poniend por delante la caridad  el cuidado del necesitado a las normas. 

Esa misma actitud la manifestó el encontrarse con el leproso de nuestro pasaje evangélico de hoy. Toma la iniciativa y él mismo se acerca al leproso. Lo normal, como hemos visto arriba, era que el leproso gritaría impuro.  Jesús siente lástima y toca al leproso, otra cosa inaudito en la época y ciertamente provocaría escándalo entre los fariseos si estuvieran presentes. Jesús resumió su actitud en la frase "el Sábado es para el hombre, no el hombre para el Sábado". Como sabemos los judíos tenían un sin fin de leyes acerca del descanso en el sábado que en vez de procurar un descanso para la gente, eran una carga pesada.  El leproso expresa su confianza en Jesús y dice:"Si quieres, puedes limpiarme",y Jesús responde "Quiero, queda limpio", El domingo pasado hemos visto cómo en el Evangelio de San Marcos constatamos que Jesús realiza unos milagros extrarordinarios con la mayor facilidad, en esta ocasión con unas palabras. Se trata, pues de una manifestación de su divinidad. 

    San Marcos indica que la lepra se le quitó inmediatamente. Esta palabra la utiliza con frecuencia  al comentar los milagros de Jesús. Otra característica que se nota en el Evangelio de San Marcos, es lo que llaman los estudiosos el secreto mesiánico, En este caso, Jesús despide al hombre y le manda no contar el milagro a nadie, cosa que humanamente sería muy difícil para cualquiera. Eso sí, le manda acudir al sacerdote para que certificara que ya no tenía la lepra. Pudo haber habido un doblre motivo para este modo de proceder de Jesús. En la época, y de manera especial en Galileo, existía una gran esperanza mesiánico que incluía una liberación político del yugo del poder de los romanos. Se había dado ya varias revueltas de galileos. Jesús quería evitar a todo coste una politización de su misión. 

Cabe señalar también que la lepra con su separación de los que la sufrían de la comunidad y del culto de Israel, sea en el templo o en la sinagoga es una imagen de lo que realiza el pecado. Cada bautizado ha ingresado en la novedad de vida, como dice San Pablo, y es justificado o ha pasado de estar excluido de la presencia de Dios, no porque Dios no lo quiera sino por su pecado. Por algo los pecados graves se llaman mortales, es decir, que matan la vida de gracia en el alma, y nos priva de la vida divina. Jesús es el Médico de las almas, y en nuestro caso nos sana, nos limpia y no devuelve la participación en la naturaleza divina porque en la Iglesia actúa a través de los sacramentos, y en este caso del Sacramento de la Penitencia o la Reconciliación. 

Así pues, una vez más, constatamos la gran compasión de Jesús y como inmediatamente cura al leproso, que a su vez ha manifestado su necesidad de ser limpiado, cosa que ha de ser el penitente al acudir al ministro de la Iglesia, el sacerdote, que cumple su misión en nombre del mismo Jesucristo Nuestro Señor y Nuestro Médico.


 


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