sábado, 11 de abril de 2020

PASCUA

HOMILÍA DEL DOMINGO DE PASCUA, 12 DE ABRIL DE 2020.

¡Muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida, Ven, Señor, Jesús!

Esta es una de las posibles aclamaciones que se puede recitar habiendo terminado la consagración en la Misa. "Muriendo destruyó nuestra muerte". Ciertamente, para todas las personas de todos los tiempos, la muerte ha sido el mayor motivo de angustia. El miedo a la muerte marca toda nuestra vida. También la sociedad gasta ingentes sumas de dinero en la salud pública y muchas personas compran pólizas privadas de salud en el intento de cubrir los peligros a la salud que de una u otra manera se presentarán. Está presente en toda la Biblia, y el dolor por la muerte de los seres queridos. El mismo Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. San Pablo se defendió como pudo cuando fue preso y en peligro de ser linchado. En el siglo XVII, no era poco común mantener en una mesa en el dormitorio de una calavera para que el dueño de la casa no se olvidara del hecho de la muerte. La Iglesia desde sus inicios ha intentado  ayudar a sus miembros a disponerse a una buena muerte invitándoles a poner su confianza en el Señor y en la gran esperanza de la verdadera vida que ha de seguir a esta vida que no es más que una peregrinación. No llegan de siglos anteriores frases como "memento mori" (acuérdate de que vas a morir", o "quotidie morimur" "nos morimos cada día".

En nuestro mundo occidental secularizado, las cosas han cambiado. Aunque todo mundo al menos teóricamente reconoce que va a morir, pero tiende a pensar que de momento no, que los demás si van a morir, pero de alguna manera a mí me quedan todavía muchos años. Lo que busca el hombre actual es ante todo el placer, y por ende evitar el sufrimiento y el dolor como sea. Así que, se dedica al entretenimiento, a la afición al deporte, los viajes, el placer sexual, bailes etc, como una especie de anestesia para que dentro de lo posible se olvide del hecho más seguro y cierto de su existencia en este mundo que es la muerte. Lamentablemente, para todas esta gente, viven un gran engaño, pues por más que intentan no pensar en la muerte, les llegará un día.

La fe cristiana es la única que tiene una auténtica solución para el problema de la muerte. Esta aclamación que estoy comentando la resume "resucitando nos restauraste la vida",  Lo que afirma San Pablo en el c, 6 de su Carta a los Romanos nos ayuda a comprender lo que esto significa:  "¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva?
Nuestro bautismo fue una muerte simbólica, muerte al mal, al pecado y nueva vida en unión con él en su resurrección. Por esto, hoy que celebramos la Pascua, que significa "paso"  para Jesús a través de la Pasión, del dolor y la angustia alcanzamos de la mano de Él la gloria de su triunfo. Sin embargo, como sabemos la obra salvadora y redentora de Jesús, la vida nueva que nos ha conquistada todavía no se realiza plenamente. Nos toca vivir ne la esperanza a su venida final y definitiva. No obstante, gracias a la fe y la esperanza, podemos y debemos alegrarnos hoy de manera especial como han hecho todos los cristianos a lo largo de los siglos: "Cristo ha resucitado, Aleluya". También la aclamación del Aleluya antes de la proclamación del Evangelio expresa una gran alegría: "Nuestra Pascua inmolada es Cristo el Señor, Aleluya", tomada del quinto capítulos de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios.

En la época de Jesús, los judíos mantenían varias posturas ante lo que se puede esperar después de esta vida. Algunos de ellos hasta creían en la reencarnación como podemos constatar de lo que responden los apóstoles cuando Jesús les preguntó quién pensaban que era Él. Algunos dijeron que Elías u otro de los profetas. Otros simplemente pensaban que con la muerte se terminaba el ser. No había más vida. Otros pensaban que de alguna manera su vida se perpetuaría en los descendientes. En los últimos dos siglos del Antiguo Testamento, especialmente entre los fariseos, y se encuentra en el Libro de Daniel y en el segundo de los Macabeos que habría una resurrección de los justos al final de los tiempos y vivirían con Dios. Es la idea que tenía María de Betania cuando se encontró con Jesús camino al sepulcro de su hermano Lázaro. Nadie, pero nadie, ni los apóstoles pensaban que alguno, en este caso Jesús pudieran adelantar esta resurrección al tiempo presente y volver a encontrarse con ellos. Así podemos entender la dificultad que todos ellos tuvieron en creer que de verdad Jesús había resucitado y eso lo constatamos en todos los relatos de sus apariciones a ellos.

En el último siglo, ha habido unos intentos de reducir la resurrección de Jesús a una manifestación de deseo de sus seguidores de que el sueño que había sido su tiempo con ellos perdurara, y así interpretan su resurrección. Esta teoría empezó su recorrido entre unos teólogos y exegetas protestantes y se extendió también a unos católicos después del Concilio Vaticano II. El problema es que no tiene ningún fundamento en los textos del Nuevo Testamento.

San Pablo, en el c. 15 de su Primera Carta a los Corintios, da en la clave de la realidad de la resurrección cuando afirma que si Jesucristo "murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras" cf, 15,1-6). Luego da una lista de las principales personas a quienes se apareció. Resulta que algunos de los cristianos de Corinto pensaban que no había resurrección y afirma con gran contundencia ""Pero si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana y están todavía en vuestros pecados". Es decir, la fe cristiana se sostiene y se levanta solo en este hecho. Es má,s el apóstol dice que si no resucito Cristo, somos las personas más miserables. La vida del apóstol Pablo y por ende la nuestra no tendría sentido. Seríamos personas miserables.

Por lo tanto, además de alegrarnos por este gran misterio que celebramos hoy, nos conviene recordar este hecho que señala San Pablo. No seríamos mejores que los paganos, budistas y otras religiones primitivas y no tendríamos ninguna explicación convincente ante el dolor y la angustia de la muerte. Además, la resurrección significa que Jesús está presente con nosotros aquí en esta tierra "todos los días hasta el fin de los tiempos", como dijo a los apóstoles en Galilea poco antes de su Ascensión.

En estos días, millones de personas están llenos de miedo y angustia por si llegan a contagiarse con el coronavirus. Ciertamente nos corresponde actuar con prudencia y tomar medidas razonables para evitar poner nuestra vida en peligro sin un motivo suficiente. Sin embargo, en ningún caso, hemos de actuar como los que no tienen fe y consideran que alargar nuestra vida en este mundo es lo más importante y lo único que debemos anhelar. El cristiano, si de verdad cree que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos y que hemos sido bautizados de manera que compartimos su vida nueva de la resurrección. Como escribe San Pablo a los Colosenses: Si habéis resucitado con Cristo, buscad no las cosas de arriba donde Cristo está sentado a la diestra de Dios" (Col 3,1)

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