Seguiremos con las lecturas del Antiguo Testamento. Hace dos domingos reflexionamos sobre la gran bendición, la primera bendición de Dios a la humanidad representada por Adán y Eva cuando los mandó multiplicarse y dominar la tierra, pero luego ellos fallaron y cayeron en el engaño del demonio y el pecado original que fue el inicio de todos los desastres que se han dado a lo largo de la historia y hoy mismo, El domingo pasado nos tocó la vocación de Abrahán, el primero en recibir tal llamada en la Biblia y el gran ejemplo de la fe y la plena confianza en Dios, incluso hasta sacrificar a su hijo Isaac, cosa que no llevó a cabo porque ángel lo paró, pero San Pablo, seguramente con el episodio del sacrificio de Isaac, escribía que Dios no salvó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Hoy pasamos al Libro del Éxodo, y nuestro pasaje se sitúa en el desierto después de la vocación de Moisés, el rechazo del Faraón de permitir al pueblo salir de la opresión de Egipto y de haber celebrado la primera Pascua y pasado por el Mar Roja o de Cañas, Los israelitas habían experimentado por un lado varios siglos de opresión y esclavitud, y por otro lado las obras maravillosas de Dios al liberarlos del Faraón. ¿Se mostraban contentos y felices? Veremos lo que sucedió Meribá en el desierto que es el episodio que nos toca hoy.
Los israelitas se pusieron a murmurar en contra de Moisés, viendo que estar el en desierto era más difícil que la opresión que sufrían en Egipto bajo el Faraón. Allí al menos tenían de qué comer y añoraban las ollas de carne, las cebollas y ajos, mientras en el desierto como era obvio les faltaba el agua y se hartaban del maná. Aquí hay una lección para nosotros. En un primer momento, al ver el poder de Dios contra Egipto y el Faraón y como pudieron cruzar el Mar Rojo o de Cañas, se alegraron. La liberación les parecía estupenda, pero se pasó el entusiasmo y la novedad y ya no les parecía tan estupenda la liberación. Algo similar nos pasa en el camino de la conversión y en la lucha en contra de las adicciones. El impulso y fervor del primer momento se pasa y fácilmente echamos la mirada hacia atrás viendo los aspectos que nos parecen positivas en la antigua esclavitud. Se da en todos los que siguen el camino de los doces pasos de alcohólicos, que también se aplica a otras adicciones. Les entran unas ganas de un trago, o en el caso de los homosexuales ganas de volver a visitar un bar o una sauna gay, o en el caso del que está adicto al juego a ir a jugar en el tragamonedas etc. Superar una adicción es una lucha muy difícil porque se trata de una actividad que ha llegado a ser parte de nuestra vida de manera que la voluntad ha quedado esclavizada.
También ese paso por el desierto, que no tiene nada de agradable, ni siquiera un bello paisaje, ni abundancia de comida, nada y viene la tentación de volver para atrás y tirar la toalla. Pues, superar un hábito tan arraigada que ha llegado a ser una parte íntegra de nuestra vida requiere una lucha constante, un gran conocimiento de nosotros mismos y nuestras debilidades y malos hábitos para que poco a poco vayan afianzándose los nuevos hábitos o virtudes que nos hemos comprometido de adquirir, porque eso que San Pablo llama "el hombre viejo" que ha de ser sustituido c0n "el hombre nuevo", es complicado y requiere una gran fuerza de voluntad, Posiblemente, requerirá romper amistades con personas con quienes compartíamos el vicio que ahora queremos eliminar mientras todavía no hemos desarrollado nuevas amistades y actividades. Así se encontraron los israelitas en el desierto. Se encontraban lejos de la tierra prometida y les parecía demasiado difícil de alcanzar la libertad que Moisés les había prometido de parte de Dios. Así también tenemos una imagen de nuestra misma vida en este mundo. Debido al pecado original, nuestra mente queda oscurecida, nuestra voluntad debilitada y nuestras pasiones asumen fuerza otra vez, pues todavía no vemos que se cumpla plenamente todo lo que Dios nos ofrece, es decir, la felicidad plena y perfecta en el cielo. Pongamos que hemos decidido esta Cuaresma eliminar un vicio como la pornografía la masturbación, el hábito de la mentira para salir al paso de situaciones complicadas, la maledicencia o hemos decidido que vamos a mejorar nuestra relación con Dios en la oración, pero no lo logramos. Uno encuentra a personas que vuelven a confesarse de los mismos vicios y tienden a desesperarse por el poco progreso que constatan.
La estadía de los israelitas en el desierto duró 40 años, o sea una vida entera. Además, debido a su desconfianza en relación con Dios, Él castigó a toda la primera generación que salió de Egipto y ninguno de ellos ingresó en la Tierra Prometida, ni siquiera Moisés, que solamente la vio desde una montaña. Para nosotros la verdadera tierra prometida no es un pedazo de tierra en Medio Oriente sino la felicidad plena y perfecta en el cielo. No olvidemos que San Pablo decía que "ojo no ha visto, ni oído escuchado las cosas que Dios ha preparado para aquellos que lo aman. Jesús insiste mucho en la vigilancia, en estar preparados porque "no sabemos el día ni la hora". Así es en la parábola de las vírgenes prudentes y las necias. El Novio demoró y quedaron dormidas todas las diez vírgenes, de manera que este cansancio y desesperación es algo común a todos. Sin embargo, las prudentes llevaban aceite de más y pudieron estar presentes cuando llegó el novio y entraron al banquete, mientras las necias quedaron fuera y la puerta quedó cerrada y no entraron.
La Cuaresma ha de ser un período de esfuerzo y vigilancia, de conocimiento de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y debilidades, un tiempo de ejercicio. Lo cierto es que la virtud una vez conquistada llega a ser parte de nuestra ser y hace fácil lo que antes parecía imposible. Si hemos visto en la TV el gimnasio artístico que hacen en las Olimpiadas, pareciera imposible realizar los malabarismos que hacen esas chicas. Si ellos no hubieran perseverado el entrenamiento en toda su dureza y largas horas no hubieran podido llegar a las Olimpiadas, menos ganar una medalla.
Tenemos que aprender a ser realistas en relación con nuestra vida en este mundo, que es como la travesía por el desierto del pueblo de Israel, larga y pesada, con algunos momentos de gozo y alegría. No que Jesús les dijo a los apóstoles en la Última Cena "sin mí no podéis hacer nada" y que él prometió estar con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Nos hace falta una gran esperanza para no perder de vista la meta final. La esperanza tiene como fin un bien ardua o difícil de alcanzar, y en el caso de la virtud infusa de la esperanza, se trata del bien más grandes posible que es la vida eterna en el cielo. Ahora bien, la esperanza también nos hace posible la certeza de poder alcanzar ese bien, no debido a nuestras fuerzas sino por la misericordia infinita de Dios. El motivo de la esperanza es la promesa de Dios que no puede fallar, además del hecho de la resurrección de Jesucristo y su Ascensión al cielo, y como nos hemos hecho uno con él en el bautismo alcanzando ser Hijos de Dios, el hecho de su victoria como la de la Sma. Virgen María y todos los santos nos han de animar y no permitir que desfallezcamos en el intento de alcanzar lo que Dios ha prometido. Y en concreto, lo que nos hemos propuesta en esta Cuaresma. Por lo tanto, que esta Misa dominical de este tercer domingo de Cuaresma no sé la fuerza que necesitamos aunque hayamos flaqueado en el cumplimiento de nuestros propósitos.
sábado, 14 de marzo de 2020
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