sábado, 4 de mayo de 2019

MÁS SOBRE EL APOCALIPSIS

HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE PASCUA DE 2019, 5 DE MAYO DE 2019.

Volvemos al Apocalipsis  este domingo de Pascua. Ya hemos visto la importancia que este libro bíblico tiene debido a su mismo contenido profética como el hecho de que la Iglesia lo ha colocado al final de la Biblia. Así como el desenlace de una obra de teatro o una película suele tenernos en vilo para saber como termina, así también con el último libro de la Biblia. Hemos visto también que la palabra Apocalipsis significa en el griego en el que está escrito todo el Nuevo Testamento significa desvelar o recorrer el telón, como en un teatro. Además, sabemos que el libro no es fácil de seguir debido al estilo y a que contiene mucho simbolismo sobre cuya interpretación con no poca frecuencia los expertos no se ponen de acuerdo.

Después de la parte introductora que comentamos el domingo pasado, vienen las siete cartas a las siete Iglesias en el suroeste de la entonces Provincia de Asia del Imperio Romano, ahora parte de Turquía. Estas cartas tienen su importancia, pues generalmente los comentadores están de acuerdo que los mensajes entregados a las Iglesias de esas ciudades sino que contienen un mensaje para la Iglesia de todos los tiempos e incluso para cada uno de nosotros. La liturgia de hoy no las recoge, pero vale la pena recomendar su lectura, pues indican que al Señor en su gloria no se le escapa ningún detalle de la vida de la Iglesia o de los mismos cristianos. Por un lado, alaba los aspectos positivos que encuentra y rechaza los fallos que encuentra. La Palabra de Dios nos ha de interpelar siempre y cada domingo al terminar nuestra participación en la Santa Misa no deberíamos de abandonar el templo igual que como entramos en él, sino que la Palabra de Dios "que es viva y eficaz", según nos dice la Carta a los Hebreos debía de haber sacudido nuestra conciencia y provocado unos buenos propósitos para nuestra salvación eterna. Por tanto, invito a todos a tomar un tiempo para repasar estas siete cartas y ver la lección que nos deja a cada uno de nosotros.

La parte siguiente del Apocalipsis, los capítulos 4 y 5, que suele llamarse La Visión del Libro y del Cordero,  tiene que ver con los siete rollos o libros sellados y quién los puede abrir y la imagen de Jesús como Cordero. Aunque debemos de considerar todo el Libro del Apocalipsis como profética, la parte que contiene las grandes visiones y las profecías centrales comienza con el c. 12.  Por tanto, estas visiones que tienen que ver con el libro y el Cordero, serían introductorias a las que van a seguir y constituir la revelación más importante del libro. Obviamente, el único que los puede abrirá es Jesucristo Resucitado, el Cordero que es también "el león de la tribu de Judá". Ante la imposibilidad de entrar en los muchos detalles que se  encuentran en estos dos capítulos 4 y 5, pasamos al pasaje que nos ha tocado este domingo.

No es difícil reconocer que el Apocalipsis representa una liturgia celestial y que está relacionado con nuestra liturgia terrestre, sobre todo la celebración del gran misterio de la Eucaristía. He señalado la importancia del hecho de que el Apocalipsis sea  el último libro de la Biblia, pero hay que señalar también cómo está relacionado con el primero, el Libro del Génesis, y concretamente el gran relato de la creación. Jesús, como Mesías e Hijo de Dios, vino no solo a reunir a los dispersos sino también a establecer el verdadero culto, el culto "en Espíritu y en verdad". El relato primero de la creación se presenta como una gran procesión litúrgica, cuando comienza con la creación de la luz y su separación de las tinieblas y la superación del caos. Luego viene la creación de las plantes, los animales y los peces culminando con la del hombre a imagen y semejanza de Dios. En el séptimo día Dios descansa de toda la obra realizada, obviamente en referencia al sábado, día de descanso sí, pero sobre todo de culto al verdadero Dios creador del universo.

En toda la Biblia se da una enorme importancia al establecimiento del verdadero culto y el rechazo de la idolatría que es el verdadero pecado. Este culto se realizaba en el templo, pero con no poca frecuencia los reyes y sacerdotes introducción en el mismo templo los ídolos de los paganos y les rendían culto. Ya cuando se escribe el Apocalipsis, no existe el templo, llevaba unas décadas destruido, pero en el régimen cristiano tenemos la Santa Eucaristía, el único sacrificio de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y Rey del Universo renovada cada vez que celebramos este gran sacrificio. Nuestra Eucaristía nos recuerda que nuestras oraciones se unen con los de los ángeles y los santos en el cielo, y San Juan nos entrega un ejemplo de este tipo de oración celestial en la que participan miles y millones tanto de ángeles como de santos en el cielo. Se dirige a Dios Padre y al Cordero, es decir a Jesucristo Nuestro Señor como alabanza por su grandeza y por la obra maravillosa que ha realizado a favor nuestro.

Así pues, en este domingo de Pascua debemos de examinar nuestro participación en la liturgia eucarística dándose cuenta de que en estos momentos estamos lo más cercanos posible al cielo,  al trono de Dios y a Jesús resucitado en el cielo. Así como los ángeles cantaban Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad" a los pastores en Belén, así nosotros deberíamos de comprometernos a participar en la Santa Misa con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con nuestra voz, cantando y alabando a Dios en unión con toda la Iglesia alrededor del mundo y con la Iglesia en el cielo. También pongamos atención en las palabras que el sacerdote dice, sobre todo las de la consagración. También, recordando lo que nos pide San Pablo de glorificar a Dios con nuestros cuerpos, sea estando de pie, sentados o arrodillados, también con inclinaciones y genuflexiones, sobre todo uniendo nuestra mente a las palabras y los gestos que la liturgia prescribe.


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