HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, 2 DE JUNIO DE 2019.
La obra de San Lucas tiene dos partes, primero el evangelio en el que recoge lo relacionado con la vida y el ministerio de Jesús desde los inicios hasta su Ascensión fuera de Jerusalén en Betania. La segunda parte es el libro de los Hechos de los Apóstoles, que igualmente comienza con el mismo episodio de la Ascensión, por lo cual podemos deducir que para San Lucas, iluminado por el Espíritu Santo, este misterio tiene un notable importancia. Así termina el Evangelio de San Lucas y es el evangelio que nos toca hoy: "Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.La idea que comúnmente se tiene de la Ascensión es que Jesús subió al cielo habiendo determinado su misión aquí en la tierra y ahora nos toca esperar su vuelta gloriosa al final de los tiempos, momento que no conocemos y ciertamente habrá que esperar muchos siglos. Sin embargo, el texto evangélico dice que volvieron a Jerusalén con gran alegría y que estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Por tanto, no se trataba de una despedida dolorosa y una larga espera de la vuelta del Señor. San Mateo en el final de su evangelio, cuando se reúne con los discípulos en una montaña de Galilea, les dice "yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos.
Dado que de alguna manera nuestra mente que siempre depende de las cosas físicas o las imágenes sensibles para conocer la realidad y por ello tenemos que imaginarnos de alguna manera las realidades celestiales para poder hablar de ellas. En la Biblia, comúnmente se divide el mundo o la realidad en tres o se encuentra en tres lugares: el cielo, es decir, más allá de las nubes es donde Dios mora con su corte celestial, nuestra tierra donde se da todo lo que conocemos y experimentamos y el infierno o el mundo subterráneo que es donde existe el sheol, donde terminan los muertos, similar a Hades en la mitología griega. Por lo tanto, se presenta a Jesús subiendo en una nube. La imagen de la nube es común en la Biblia cuando se trata de la presencia extraordinaria de Dios como es el caso de Moisés en el Monte Sinaí y en la Transfiguración.
En nuestro mundo marcado por la ciencia, este tipo de imaginación no sirve de mucho para explicar el Misterio que hoy celebramos. San Pablo en el segundo capítulo de su carta a los Filipenses presenta lo que muchos biblistas consideran un himno que es anterior a él. Dice que Jesucristo, que poseía la forma divina, se despojó de su rango, se humilló a sí mismo haciéndose como uno cualquiera y luego se rebajó más llegando a la cruz. Luego, Dios lo exaltó y lo colocó sobre todas las postestades de manera que todas se postran delante de él. Hoy también San Lucas dice que los discípulos se postraron ante Jesús.
Pasemos ahora al Libro de los Hechos de los Apóstoles de cuyo inicio está tomada nuestra primera lectura. San Lucas da una breve síntesis del contenido de su "primer libro", es decir de su evangelio". Escribe: "Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios.". Primero, afirma que Jesús probó de varias maneras de que estaba vivo después de su resurrección, como constata en el Evangelio de San Lucas especialmente cuando llegó a comer pescado asado delante de los discípulos para desterrar su asombro y su dificultad en creer en su resurrección. En cuanto a los 40 días, no es necesario tomarlo literalmente, como si se tratara de 40 y no de 39 o 41. En la Biblia 40 días es un período no muy corto, pero tampoco demasiado largo. Tres días sería un período corto y cuarenta años toda una vida. Señala el evangelista que les hablaba del Reino de Dios, que es el tema fundamental de la predicación de Jesús a lo largo de su ministerio público. De manera especial, las parábolas tienden a darnos una idea sobre la naturaleza del Reino.
En el Antiguo Testamento, hay tres grandes instituciones en el Pueblo de Israel: La profecía, el sacerdocio y la realeza. Jesucristo cumple a la perfección todo lo que estaba previsto en el Antiguo Testamento, y en concreto proclama la llegada del Reino o reinado de Dios o el dominio o soberanía de Dios. Con la aparición de Jesús, con su predicación, sus milagros y sobre todo con el Misterio Pascual de su Pasión, muerte en la cruz y su resurrección había llegado el Reino de Dios a nuestro mundo. El gran exegeta del siglo III Orígenes decía que el Reino trata de lo que llamaba en griego autobasileia, queriendo decir que Jesucristo mismo es el Reino. También, las dos peticiones del Padre Nuestro: Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" indican lo que es el Reino proclamado y hecho presente por Jesús tanto antes como después de su resurrección.
Ciertamente, la Ascensión implica un nuevo tipo de presencia de Jesús en medio de su comunidad de discípulos, es decir, a través del Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia. Ya en el discurso de Jesús en la última cena en el Evangelio de San Juan se desarrolla largamente la futura misión del Espíritu Santo que ayudará a los apóstoles a recordar todo lo que les había enseñado Jesús en su vida terrena. La Ascensión trata, pues del final de una etapa de la historia de la salvación, la de la presencia de Jesús en medio de sus discípulos tanto antes como después de la resurrección y ahora se abre la etapa nueva con su presencia a través del Espíritu Santo y la Iglesia. Aquí entra la importancia de la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, especialmente el bautismo y la eucaristía. San León Mago, Papa de 440 a 461 señala que a partir de la Ascensión.
El episodio de la Ascensión era la ocasión para que los discípulos aprendieran una importante lección. Ellos preguntaban a Jesús si era el momento en el que Él iba a restaurar el reino de Israel. Se ve cómo todavía estaban imbuidas de la mentalidad del judaísmo contemporáneo que esperaba un reino político y militar como el de David. Jesús les reprende diciendo que no les toca conocer los tiempos y fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Les promete "fuerza de lo alto" que es el Espíritu Santo para que empezando desde Jerusalén lleguen a ser sus testigos en Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra, hecho que constituye en síntesis lo que San Lucas narra en el resto del libro de los Hechos.
Luego de haberse separado de los discípulos, ellos seguían viendo hacia el cielo y aparecen dos hombres vestidos de blanco, que podemos entender que eran ángeles y les dicen: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse» Dan a entender el hecho de que tienen una misión urgente que realizan en la tierra.
El Misterio de la Ascensión de Jesús es el misterio de la vuelta, la exaltación de Jesús muerto y resucitado al cielo para estar al lado de su Padre y desde allí reinar sobre el cielo y la tierra. Queda la espera de la venida del Espíritu Santo, para que comenzaran a proclamar el reinado de Jesucristo al mundo entero, y no es que él se ausente, sino que está presente de varias maneras, a través de su Palabra, de la misma Iglesia, de los sacramentos, todo ello bajo la dirección del Espíritu Santo, y el próximo domingo llegaremos a celebrar esta gran Fiesta de Pentecostés con la que termina nuestra celebración del Misterio Pascual este año 2019.
viernes, 31 de mayo de 2019
sábado, 25 de mayo de 2019
LA JERUSALÉN CELESTIAL
HOMILÍA VI DOMINGO DE PASCUA, 26 DE MARZO DE 2019,
El domingo pasado,
hemos podido ver la importancia de las ciudades en la Biblia. En el
Libro del Génesis se atribuye a Caín, después de haber matado a su
hermano Abel, la construcción de las primeras ciudades. Luego
sabemos que Abraham era de Ur, una ciudad de los caldeos no lejos del
Golfo Pérsico. También a los israelitas oprimidos en Egipto se les
obligó a construir con trabajos forzados las ciudades del Faraón.
En el mismo Apocalipsis, hemos visto que Jesús en su gloria envía
unas cartas a siete ciudades que se encontraban en la Provincia de
Asia, al sureste de lo que es ahora Turquía. Entre las más
importante de todas obviamente era Roma, y también Alejandría,
fundada por Alejandro Magno. Sin embargo, la ciudad más importante
en la Biblia es ciertamente Jerusalén, que era la capital de los
jebuseos hasta que la conquistó el Rey David y la hizo la capital de
sus territorios que incluían el norte y el sur. Allí, aunque fue su
hijo Salomón quién construyó el templo, David había preparado los
elementos necesarios para la realización de esa gran tarea. La parte
más antigua e importante de Jerusalén, donde se encuentra el
templo, se llamaba Sión y aparece en muchos salmos y textos
proféticos. Otras ciudades famosas que aparecen en la Biblia son
Babilonia y Ninevé cuyos gobernantes en un momento y otro sometieron
a su dominio el pueblo de Israel, exiliando a buena parte del pueblo
y en el caso de Babilonia destruyendo el templo de Jerusalén. Una
ciudad es un lugar donde su realizan diversos tipos de actividades,
como el comercio, el gobierno, obras de arte a veces de gran ingenio,
jardines, plazas, templos etc. Son centros culturales, y si el hombre
no hubiera aprendido a cultivar la tierra y posteriormente
organizarse en pueblos y ciudades, la cultura humana no se hubiera
desarrollado como se hizo. También la Iglesia, en sus primeros
siglos de existencia se desarrolló casi exclusivamente en ciudades.
El primero conocido por llegar el Evangelio al campo era San Martín
de Tours y la gente de campo se les denominaba “paganos”. San
Patricio, apóstol de Irlanda, no encontró ciudades en la isla por
lo cual organizó la Iglesia alrededor de los monasterios y durante
varios siglos era así.
Nuestro pasaje del
Apocalipsis de hoy proviene del último capítulo, el 22. Ya hemos
visto el domingo pasado como al final Dios va a arreglar y ordenar
todo, que se va a volver a realizar la relación esponsal entre Dios
y su pueblo, como hará nuevas todas las cosas y que no puede ser de
otra manera, pues no se podría comprender por qué Dios hubiera
creado el universo y al hombre y hubiera permitido que prevaleciera
el mal, el pecado y la muerte. Esta es la gran consolación que
encontramos en este, el último libro de la Biblia. Nuestra lectura
de hoy comienza: “El ángel me transportó a un monte altísimo y
me enseño la ciudad santa de Jerusalén que bajaba del cielo”.
Recordemos cómo Satanás al tentar a Jesús también lo llevó a un
monte alto y le enseñó todos los reinos de la tierra y le ofreció
el dominio sobre ellos, y obviamente las ciudades contenidos en
ellos, porque decía que le pertenecían y podría dárselos a
Jesús. Esta visión presentado por el demonio trata del mundo
antiguo nuestro dominado por él, pero ahora al final cuando ya la
victoria de Dios y de Jesucristo es patente, la ciudad santa de
Jerusalén baja del cielo. Esto es muy importante. Está clarísimo
que el hombre no es capaz de salvarse por sí mismo ni acabar con el
mal que hay dentro de sí y en el mundo entero. El siglo XX nos pone
delante las diversas ideologías que a través de la ingeniería
social intentaron alcanzar un mesianismo humano y como en el proceso
dejaron más de 100 millones de muertos, es decir, sobre todo en el
caso del comunismo en sus varias versiones y el nazismo. Hoy en día,
tenemos otro tipo de ingeniería social e ideologías incluso más
nefastas porque ya no tienen campamentos de concentración ni gulags
en Siberia donde enviar a la muerte a los que no aceptan su ideología
y por ellos sus promotores son más listos. Ahora convencen a la
gente, empezando con la juventud que con abundancia de pornografía,
y demás tipos de sexo, con el consumismo, ya tienen una libertad
jamás alcanzada, pero lo que han logrado es lo que San Agustín
llamaba “libido dominando”, es decir, el deseo de dominar y
someter a la gente a su dominio y al mismo tiempo la gente piensa que
tiene más libertad que nunca. En cambio, la verdadera Ciudad de
Dios, la Ciudad Santa de Jerusalén baja del cielo, proviene de Dios,
y “trae la gloria de Dios”. La gloria de Dios es la manifestación
clara de su grandeza, de su magnificencia, de todo su poder y
belleza, que es lo que existe en el cielo. Y es lo que pedimos en el
Padre Nuestro cuando rezamos “Venga tu Reino. Hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo”. Como Dos es el creador del universo
y de cada uno de nosotros está claro que solo alcanzaremos la
verdadera felicidad cumpliendo su voluntad como se hace en el cielo.
Como ya hemos visto, se trata de la unión del cielo y la tierra, que
es lo que Jesucristo alcanzó con su muerte en la cruz y su gloriosa
resurrección.
Luego viene una
descripción de cómo va a ser esta ciudad santa de Jerusalén. En
primer lugar, tendrá una gran muralla. De hecho, la palabra santa
significa separado, o
perteneciente a la esfera de Dios. La muralla la separa en toda su
belleza y orden de todo lo que es el caos, cosa que ya vimos que Dios
hizo en el primer capítulo del Génesis al crear de manera ordenada
todos los seres en los seis días y descansó el séptimo día que
tiene que ver con el sábado judío, es decir el culto a Dios. Las
ciudades antiguos tenían puertas en las murallas y así también la
ciudad santa de Jerusalén tiene doce de ellas correspondientes a los
doce tribus de Israel. Recordemos
que el número 12 es 3x4, todos números simbólicos. También los
apóstoles son doce y cabe señalar que en el Libro de los Hechos de
los Apóstoles, San Pedro propuso la elección de uno para que tomara
el lugar de Judas implicando la importancia de que el número de los
apóstoles fuera doce. Luego la
ciudad estaba fundada sobre doce cimientos con los nombres de los
“doce apóstoles del Cordero”. En unos momentos rezaremos el
Credo y profesaremos nuestra fe en la Iglesia, una, santa, católica
y apostólica. Así vemos la importancia de la apostolicidad de la
Iglesia y la tarea esencial de ella de mantener y desarrollar la
Tradición Apostólica y no inventar ninguna doctrina nueva que no
venga de Jesús y de los apóstoles.
Puede
parecer extraño que se diga a continuación que en la ciudad no
había templo porque “es su Templo el Señor Todopoderoso y su
Cordero”. En el Antiguo Testamento, el templo era de importancia
extraordinaria dado que se veía como la morada de Dios en medio de
su pueblo. Allí más que en otro lugar se podía experimentar la
presencia de Dios. Esto nos recuerdo el episodio de la expulsión de
los vendedores del templo y como las autoridades se quejaron
preguntándole con qué autoridad había hecho tal cosa. Jesús
respondió que en tres días destruiría este templo lo y
reconstruiría, y el evangelista comenta que se refería a su cuerpo,
de manera que Jesús es el verdadero templo, o lugar del encuentro
con el Dios vivo.
Tampoco
la ciudad necesitaba de lámparas porque el Señor Dios y su Cordero
son la luz que ilumina todo. El tema de la luz es uno de los
principales en el Evangelio de San Juan. Jesús se declara como la
luz del mundo, pues las tinieblas siempre simbolizan el mal, el
pecado y la muerte. Hemos visto el domingo pasado que ya no va a
haber muerto. Se distingue entre varios tipos de luz. Primero la luz
física que proviene del sol. Luego la luz de la razón que es el
tipo de inteligencia que Dios nos ha dado y a través de la cual
podemos conocer el mundo y a nosotros mismos por nuestra capacidad de
autoconciencia. Además, la fe es una luz aunque no plena pero sí
ayuda a la razón a descubrir a Dios tanto en su creación pero sobre
todo en su revelación de sí mismo culminando en Jesucristo Nuestro
Señor. Luego en el cielo existe lo que los teólogos llaman “lumen
gloria”, que es un nuevo tipo de luz gracias a la cual alcanzamos
“ver a Dios”, es decir, una relación plena directa con Él que
se llama la visión beatífica.
Si
Jesucristo es la luz del mundo, también nosotros como miembros de su
Cuerpo estamos llamados a serlo como dice Jesús en el Sermón de la
Montaña. Nos toca reflejar la luz que es Jesús mismo. Ojalá y Dios
quiera que estos días de la Pascua nos hayan dado la oportunidad de
eliminar algunas de las tinieblas que inevitablemente tenemos en
nuestra vida y a través del conocimiento y unión con Jesús seamos
realmente luz para los que conviven con nosotros.
viernes, 17 de mayo de 2019
EL TRIUNFO FINAL DE DIOS; NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA
HOMILÍA PARA EL V DOMINGO DE PASCUA, 19 DE MAYO DE 2019, CICLO C.
Desde hace un mes, nuestra segunda lectura de estos Domingos de Pascua nos ha presentado una serie de texto tomados todos del libro del Apocalipsis. Hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre la estrecha relación entre el Apocalipsis y la Pascua, de considerar la importancia del hecho de que la Iglesia lo haya colocado como el último libro de la Biblia, además de recordar el verdadero sentido de la palabra "apocalipsis" en el griego original, y traducida al latín "revelatio", como desvelar, o revelar el verdadero sentido de toda la obra de Dios desde el inicio hasta el final y no una serie de desgracias o una hecatombe. No es que el Apocalipsis no contenga unas advertencias importantes para todos nosotros sobre la importancia de nuestra vida presente y su relación con "las cosas últimas" o "novísmos", como se dice en latín. Pues, hoy nuestro pasaje está tomado del c. 21 del mismo libre y nos da la oportunidad de hacer un breve repaso de toda la historia de la salvación como la encontramos a lo largo de la Biblia, y al mismo tiempo llenarnos de una gran esperanza, pues Dios no deja que nadie le gane en generosidad o que nadie dude del hecho de que Dios va a triunfar sobre el pecado, el mal y la muerte, y que en realidad ese triunfo ya ha sido alcanzado en la muerte y resurrección de Jesús o el Misterio Pascual
En el primer relato de la creación en el primer capítulo del Libro del Génesis, encontramos que Dios comienza su obra desde las aguas del caos y a lo largo de los "seis días", va ordenando todo según un orden maravilloso y al final encuentra que toda su obra era buena. No obstante, todos nosotros nos damos cuenta de que en nuestro mundo, en nuestra misma vida hay muchas cosas que no están bien ajustadas, y sin embargo, quisiéramos que nuestra vida y nuestro mundo fuera mejor. Si pasamos al tercer capítulo del mismo Libro del Génesis encontramos la causa de que todo no está tan bien que digamos, Se trata de la rebelión de Adán y Eva, su desobediencia debido a su soberbia y de haberle hecho caso a los malos consejos del demonio o Satanás, representado como serpiente. Dios había sacado un orden maravilloso del caos inicial y ahora debido a este primer pecado, que consistí, como todos los pecados posteriores, en establecerse el hombre como su propio dios y desobedecer al verdadero Dios que es el único que le puede dar la verdadera felicidad que tanto anhela.
Los tres siguientes capítulos del Génesis constituyen una historia de la extensión del pecado empezando con el pecado de Caín al matar a su hermano Abel. Ya en el c. 6, la Biblia presenta a Dios lamentándose de haber creado al hombre porque no había hecho más que pecar e introducir otra vez el caos. Pero Dios no se desespera del hombre y no va a abandonarlo nunca ni va a permitir que su creación termine en la destrucción. Por tanto, lanza su primer plan de rescate a través de Noé y el Arca. En Biblia el agua y concretamente el mar, con sus animales enormes y peligrosos simboliza el caros y así es como Dios permite que se destruya el mundo con el diluvio para volver a empezar con Noé, su familia y los animales en el Arco, que a su vez es una imagen de la Iglesia. Dios procede con la vocación de Abrán a quien le da el hombre de Abraham a quien promete un prole numerosa, más que la arena de la playa o las estrellas del mar y una tierra. Luego el nieto de Abraham, Jacob, luego de haber mentido y engañado a su padre para recibir la herencia tiene que escaparse y lejos de su tierra lucha con Dios. Se le da el nombre de "Israel" que significa precisamente eso. Dios no y hace nunca a su pueblo Israel y hace varias alianzas con él, lo libera de la opresión del Faraón, de los ataques de los filisteos y otros enemigos. Cuando los reyes, sacerdotes y la gente se desvía de la alianza y se ponen a adorar a los falsos dioses de alrededor, o se someten a los paganos y acogen sus dioses, Dios los llama a renovar la alianza a través de los profetas. Les da el templo como expresión del verdadero culto y a lo largo de unos 1800 años de historia que nos entrega la Biblia, vemos por un lado la infidelidad constante del pueblo y la paciencia de Dios que no se cansa de ellos. Sí también vienen grandes castigos como otro esfuerzo de Dios para que volvieran al buen camino, de manera especial el Exilio de Babilonia. Toda esta historia culmina en el nacimiento, la vida, el ministerio y sobre todo la muerte y resurrección de su mismo Hijo, Jesucristo.
En los domingos anteriores hemos hecho hincapié en el hecho de que el libro del Apocalipsis está al final de la Biblia y hoy llegamos al penúltimo capítulo, el c. 21: "Yo Juan vi un cielo nuevo y una tierra nueva: el primer cielo y la primera tierra ya han pasado y el mar no existe". Si el mar ya no existe, como hemos señalado, es que ya no existe el caos, sino el orden perfecto que Dios ha querido desde el principio. Nuestra experiencia cotidiana nos convence hecho de que nuestro mundo está lleno de mal, de todo tipo de injusticia, de egoísmo y demás vicios. Conocemos muchos intentos de remediar el mal que existen en nuestro mundo a través de las utopías los más conocidos siendo
el comunismo, el nazismo y la que padecemos que podemos llamar el secularismo. Solo Dios puede remediar el mal que hay en el mundo y lo ha hecho. El Apocalipsis nos presenta ahora ese nuevo mundo que va a crear o ya está creando Dios donde no va a haber mal, ni muerte, ni lágrimas, ni dolor. El primero mundo ha terminado". "He aquí, estoy haciendo nuevas todas las cosas". No se trata, pues de ninguna destrucción sino de una verdadera renovación o regeneración y una vuelta al plan original de Dios, que ciertamente Él no había abandonado nunca. Lo que dice Jesús en su gloria al vidente es "estoy haciendo nuevas todas las cosas". Se trata de un proceso que en realidad ya empezó una vez que Adán y Eva había caído en el pecado original y ha tenido su punto culminante en la resurrección del Señor en la que nosotros hemos sido incorporados por el bautismo. Dios está realizando de manera silenciosa su obra en el mundo sin que nos demos cuenta, y la presencia del bien que es mucho más fuerte que el mal no se nota tanto en nuestro mundo y no deberíamos de olvidarnos nunca del hecho de que Dios saca bien del mal. San Pablo en su carta a los Romanos en el c. 8 habla del cosmos como sufriendo dolores de parto y por tanto el nuevo mundo se está gestando y al final se va a manifestar en todas su grandeza, gloria y esplendor. Se trata como las flores de la primavera que comienzan a brotar incluso tan temprano que la nieva todavía no termina de desaparecer. A veces, vemos como las nubes oscuras y espesas se despejan y aparece un sol espléndido, escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución Así es también la obra que el Señor va realizando en nuestro mundo. Esta es la gran esperanza que nos la Biblia en los últimos capítulos. San Pedro escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución invitándoles a recordar que habían sido "regenerados a una esperanza viva" debido a la resurrección del Señor.
Desde hace un mes, nuestra segunda lectura de estos Domingos de Pascua nos ha presentado una serie de texto tomados todos del libro del Apocalipsis. Hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre la estrecha relación entre el Apocalipsis y la Pascua, de considerar la importancia del hecho de que la Iglesia lo haya colocado como el último libro de la Biblia, además de recordar el verdadero sentido de la palabra "apocalipsis" en el griego original, y traducida al latín "revelatio", como desvelar, o revelar el verdadero sentido de toda la obra de Dios desde el inicio hasta el final y no una serie de desgracias o una hecatombe. No es que el Apocalipsis no contenga unas advertencias importantes para todos nosotros sobre la importancia de nuestra vida presente y su relación con "las cosas últimas" o "novísmos", como se dice en latín. Pues, hoy nuestro pasaje está tomado del c. 21 del mismo libre y nos da la oportunidad de hacer un breve repaso de toda la historia de la salvación como la encontramos a lo largo de la Biblia, y al mismo tiempo llenarnos de una gran esperanza, pues Dios no deja que nadie le gane en generosidad o que nadie dude del hecho de que Dios va a triunfar sobre el pecado, el mal y la muerte, y que en realidad ese triunfo ya ha sido alcanzado en la muerte y resurrección de Jesús o el Misterio Pascual
En el primer relato de la creación en el primer capítulo del Libro del Génesis, encontramos que Dios comienza su obra desde las aguas del caos y a lo largo de los "seis días", va ordenando todo según un orden maravilloso y al final encuentra que toda su obra era buena. No obstante, todos nosotros nos damos cuenta de que en nuestro mundo, en nuestra misma vida hay muchas cosas que no están bien ajustadas, y sin embargo, quisiéramos que nuestra vida y nuestro mundo fuera mejor. Si pasamos al tercer capítulo del mismo Libro del Génesis encontramos la causa de que todo no está tan bien que digamos, Se trata de la rebelión de Adán y Eva, su desobediencia debido a su soberbia y de haberle hecho caso a los malos consejos del demonio o Satanás, representado como serpiente. Dios había sacado un orden maravilloso del caos inicial y ahora debido a este primer pecado, que consistí, como todos los pecados posteriores, en establecerse el hombre como su propio dios y desobedecer al verdadero Dios que es el único que le puede dar la verdadera felicidad que tanto anhela.
Los tres siguientes capítulos del Génesis constituyen una historia de la extensión del pecado empezando con el pecado de Caín al matar a su hermano Abel. Ya en el c. 6, la Biblia presenta a Dios lamentándose de haber creado al hombre porque no había hecho más que pecar e introducir otra vez el caos. Pero Dios no se desespera del hombre y no va a abandonarlo nunca ni va a permitir que su creación termine en la destrucción. Por tanto, lanza su primer plan de rescate a través de Noé y el Arca. En Biblia el agua y concretamente el mar, con sus animales enormes y peligrosos simboliza el caros y así es como Dios permite que se destruya el mundo con el diluvio para volver a empezar con Noé, su familia y los animales en el Arco, que a su vez es una imagen de la Iglesia. Dios procede con la vocación de Abrán a quien le da el hombre de Abraham a quien promete un prole numerosa, más que la arena de la playa o las estrellas del mar y una tierra. Luego el nieto de Abraham, Jacob, luego de haber mentido y engañado a su padre para recibir la herencia tiene que escaparse y lejos de su tierra lucha con Dios. Se le da el nombre de "Israel" que significa precisamente eso. Dios no y hace nunca a su pueblo Israel y hace varias alianzas con él, lo libera de la opresión del Faraón, de los ataques de los filisteos y otros enemigos. Cuando los reyes, sacerdotes y la gente se desvía de la alianza y se ponen a adorar a los falsos dioses de alrededor, o se someten a los paganos y acogen sus dioses, Dios los llama a renovar la alianza a través de los profetas. Les da el templo como expresión del verdadero culto y a lo largo de unos 1800 años de historia que nos entrega la Biblia, vemos por un lado la infidelidad constante del pueblo y la paciencia de Dios que no se cansa de ellos. Sí también vienen grandes castigos como otro esfuerzo de Dios para que volvieran al buen camino, de manera especial el Exilio de Babilonia. Toda esta historia culmina en el nacimiento, la vida, el ministerio y sobre todo la muerte y resurrección de su mismo Hijo, Jesucristo.
En los domingos anteriores hemos hecho hincapié en el hecho de que el libro del Apocalipsis está al final de la Biblia y hoy llegamos al penúltimo capítulo, el c. 21: "Yo Juan vi un cielo nuevo y una tierra nueva: el primer cielo y la primera tierra ya han pasado y el mar no existe". Si el mar ya no existe, como hemos señalado, es que ya no existe el caos, sino el orden perfecto que Dios ha querido desde el principio. Nuestra experiencia cotidiana nos convence hecho de que nuestro mundo está lleno de mal, de todo tipo de injusticia, de egoísmo y demás vicios. Conocemos muchos intentos de remediar el mal que existen en nuestro mundo a través de las utopías los más conocidos siendo
el comunismo, el nazismo y la que padecemos que podemos llamar el secularismo. Solo Dios puede remediar el mal que hay en el mundo y lo ha hecho. El Apocalipsis nos presenta ahora ese nuevo mundo que va a crear o ya está creando Dios donde no va a haber mal, ni muerte, ni lágrimas, ni dolor. El primero mundo ha terminado". "He aquí, estoy haciendo nuevas todas las cosas". No se trata, pues de ninguna destrucción sino de una verdadera renovación o regeneración y una vuelta al plan original de Dios, que ciertamente Él no había abandonado nunca. Lo que dice Jesús en su gloria al vidente es "estoy haciendo nuevas todas las cosas". Se trata de un proceso que en realidad ya empezó una vez que Adán y Eva había caído en el pecado original y ha tenido su punto culminante en la resurrección del Señor en la que nosotros hemos sido incorporados por el bautismo. Dios está realizando de manera silenciosa su obra en el mundo sin que nos demos cuenta, y la presencia del bien que es mucho más fuerte que el mal no se nota tanto en nuestro mundo y no deberíamos de olvidarnos nunca del hecho de que Dios saca bien del mal. San Pablo en su carta a los Romanos en el c. 8 habla del cosmos como sufriendo dolores de parto y por tanto el nuevo mundo se está gestando y al final se va a manifestar en todas su grandeza, gloria y esplendor. Se trata como las flores de la primavera que comienzan a brotar incluso tan temprano que la nieva todavía no termina de desaparecer. A veces, vemos como las nubes oscuras y espesas se despejan y aparece un sol espléndido, escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución Así es también la obra que el Señor va realizando en nuestro mundo. Esta es la gran esperanza que nos la Biblia en los últimos capítulos. San Pedro escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución invitándoles a recordar que habían sido "regenerados a una esperanza viva" debido a la resurrección del Señor.
viernes, 10 de mayo de 2019
EL TRIUNFO DE LOS MÁRTIRES
HOMILÍA DEL IV DOMINGO DE PASCUA, 12 DE MAYO DE 2019, CICLO C.
Proseguimos con la serie de lecturas que la Iglesia nos propone estos domingos de Pascua y la que nos toca hoy está tomada del c. 7 del Libro del Apocalipsis. En esta parte del libro se trata de una visión del cielo con Dios Padre en su Trono y Jesús el Cordero a su lado, con ángeles y una gran multitud de mártires o testigos que han superado las pruebas que les han tocado aquí abajo y ahora cantan juntamente con los ángeles las maravillas que Dios hace. También se trata de uno rollos de papiro que están sellados y nadie excepto Jesucristo crucificado, resucitado y ahora sentado a la diestra del Padre es capaz de abrir esos sellos. Les invito a leer estos capítulos a partir del c. 5 en los que se abren los sellos y aparece primero el caballo blanco y posteriormente otros caballos de diversos colores t se va revelando el contenido de los rollos sellados.
La visión de San Juan es de una muchedumbre inmensa de delante del trono del Cordero provenientes de todas partes del mundo y de todas las lenguas vestidos de blanco con palmas en sus manos, signo de triunfo. Se trata de mártires porque han lavado sus mantos en la sangre del Cordero. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los mártires han tenido una posición privilegiada y han sido los primeros cuya santidad ha sido reconocida por la Iglesia. A partir de Constantino se construía basílicas sobre sus tumbas, Así la Basílica de San Pedro en Roma y la de San Sebastián también en las afueras de la ciudad cerca de la Via Appia. La palabra mártir significa testigo y ellos reciben una gracia especial para poder unirse más íntimamente a la Cruz de Jesucristo y declararlo como el valor absoluto de su vida. Es interesante que se diga que son de todas las razas, lenguas y regiones de la tierra. Seguramente, en el silgo XX ha habido más mártires que todos los demás siglos juntos. Quedan muchos testimonios de los mártires de los primeros siglos, como Santas Perpetua y Felicidad en Africa, Santa Blandina en León en Francia, San Cipriano también en África, muchos en Roma y en el resto del Imperio. En el siglo XVI y XVI, se dieron otros muchos mártires en Inglaterra por ejemplo, también cuando la Iglesia llegó a Extremo Oriente, como es el caso de San Pablo Miki y compañeros, algunos siendo japoneses, otros españoles. Hay muchos mártires chinos no solo en siglos pasados sino también en el siglo XX. De igual manera en Vietnam y en Corea, las historias de estos martirios son realmente escalofriantes. Sólo con la gracia especial del Señor pudieron sobrellevar tanto sufrimiento y expresar su gran confianza en poder casi enseguida encontrarse con Él en el cielo. También tenemos los mártires de México del Siglo XX, siendo posiblemente el chico de 14 años San Jose Sánchez del Río el más famoso e igualmente en España una cantidad enorme de mártires unos años después. Conviene que los niños y jóvenes conozcan la historia de estos grandes héroes de la fe, y otros que también son santos sin llegar al martirio.
Los mártires se han identificado de manera especial y única con el Señor en la cruz y han alcanzado la gloria y el triunfo de manera que lo acompañan en el cielo ahora e interceden por nosotros que todavía caminamos por este valle de lágrimas. ¿A qué se dedican en el cielo? Pues, al culto de Dios, que es alabanza, acción de gracias y adoración.
En la cruz Jesús parecía completamente vencido, humillado y totalmente acabado, pero Dios realiza un dilema más extraordinario que cualquier cosa que pudiéramos imaginar. Su triunfo comienza en la cruz y se manifiesta plenamente en su resurrección. Es más, nosotros por el bautismo hemos participado en su muerte aparentemente ignominiosa y también en su resurrección gloriosa. Esta es el gran mensaje de la Pascua que encontramos reiterado varias veces en el libro del Apocalipsis. Sí el libro cuenta cosas duras y difíciles, pero Dios acorta estas cosas gracias a las oraciones de sus Hijos. Es compasivo y misericordioso. Es cierto que nos toca sufrir un poco en esta vida, pero no es nada comparado con la gloria que nos espera, pues "ojo no ha visto, ni oído escuchado las cosas que Dios ha preparado para aquellos que lo aman",
Proseguimos con la serie de lecturas que la Iglesia nos propone estos domingos de Pascua y la que nos toca hoy está tomada del c. 7 del Libro del Apocalipsis. En esta parte del libro se trata de una visión del cielo con Dios Padre en su Trono y Jesús el Cordero a su lado, con ángeles y una gran multitud de mártires o testigos que han superado las pruebas que les han tocado aquí abajo y ahora cantan juntamente con los ángeles las maravillas que Dios hace. También se trata de uno rollos de papiro que están sellados y nadie excepto Jesucristo crucificado, resucitado y ahora sentado a la diestra del Padre es capaz de abrir esos sellos. Les invito a leer estos capítulos a partir del c. 5 en los que se abren los sellos y aparece primero el caballo blanco y posteriormente otros caballos de diversos colores t se va revelando el contenido de los rollos sellados.
La visión de San Juan es de una muchedumbre inmensa de delante del trono del Cordero provenientes de todas partes del mundo y de todas las lenguas vestidos de blanco con palmas en sus manos, signo de triunfo. Se trata de mártires porque han lavado sus mantos en la sangre del Cordero. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los mártires han tenido una posición privilegiada y han sido los primeros cuya santidad ha sido reconocida por la Iglesia. A partir de Constantino se construía basílicas sobre sus tumbas, Así la Basílica de San Pedro en Roma y la de San Sebastián también en las afueras de la ciudad cerca de la Via Appia. La palabra mártir significa testigo y ellos reciben una gracia especial para poder unirse más íntimamente a la Cruz de Jesucristo y declararlo como el valor absoluto de su vida. Es interesante que se diga que son de todas las razas, lenguas y regiones de la tierra. Seguramente, en el silgo XX ha habido más mártires que todos los demás siglos juntos. Quedan muchos testimonios de los mártires de los primeros siglos, como Santas Perpetua y Felicidad en Africa, Santa Blandina en León en Francia, San Cipriano también en África, muchos en Roma y en el resto del Imperio. En el siglo XVI y XVI, se dieron otros muchos mártires en Inglaterra por ejemplo, también cuando la Iglesia llegó a Extremo Oriente, como es el caso de San Pablo Miki y compañeros, algunos siendo japoneses, otros españoles. Hay muchos mártires chinos no solo en siglos pasados sino también en el siglo XX. De igual manera en Vietnam y en Corea, las historias de estos martirios son realmente escalofriantes. Sólo con la gracia especial del Señor pudieron sobrellevar tanto sufrimiento y expresar su gran confianza en poder casi enseguida encontrarse con Él en el cielo. También tenemos los mártires de México del Siglo XX, siendo posiblemente el chico de 14 años San Jose Sánchez del Río el más famoso e igualmente en España una cantidad enorme de mártires unos años después. Conviene que los niños y jóvenes conozcan la historia de estos grandes héroes de la fe, y otros que también son santos sin llegar al martirio.
Los mártires se han identificado de manera especial y única con el Señor en la cruz y han alcanzado la gloria y el triunfo de manera que lo acompañan en el cielo ahora e interceden por nosotros que todavía caminamos por este valle de lágrimas. ¿A qué se dedican en el cielo? Pues, al culto de Dios, que es alabanza, acción de gracias y adoración.
En la cruz Jesús parecía completamente vencido, humillado y totalmente acabado, pero Dios realiza un dilema más extraordinario que cualquier cosa que pudiéramos imaginar. Su triunfo comienza en la cruz y se manifiesta plenamente en su resurrección. Es más, nosotros por el bautismo hemos participado en su muerte aparentemente ignominiosa y también en su resurrección gloriosa. Esta es el gran mensaje de la Pascua que encontramos reiterado varias veces en el libro del Apocalipsis. Sí el libro cuenta cosas duras y difíciles, pero Dios acorta estas cosas gracias a las oraciones de sus Hijos. Es compasivo y misericordioso. Es cierto que nos toca sufrir un poco en esta vida, pero no es nada comparado con la gloria que nos espera, pues "ojo no ha visto, ni oído escuchado las cosas que Dios ha preparado para aquellos que lo aman",
sábado, 4 de mayo de 2019
MÁS SOBRE EL APOCALIPSIS
HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE PASCUA DE 2019, 5 DE MAYO DE 2019.
Volvemos al Apocalipsis este domingo de Pascua. Ya hemos visto la importancia que este libro bíblico tiene debido a su mismo contenido profética como el hecho de que la Iglesia lo ha colocado al final de la Biblia. Así como el desenlace de una obra de teatro o una película suele tenernos en vilo para saber como termina, así también con el último libro de la Biblia. Hemos visto también que la palabra Apocalipsis significa en el griego en el que está escrito todo el Nuevo Testamento significa desvelar o recorrer el telón, como en un teatro. Además, sabemos que el libro no es fácil de seguir debido al estilo y a que contiene mucho simbolismo sobre cuya interpretación con no poca frecuencia los expertos no se ponen de acuerdo.
Después de la parte introductora que comentamos el domingo pasado, vienen las siete cartas a las siete Iglesias en el suroeste de la entonces Provincia de Asia del Imperio Romano, ahora parte de Turquía. Estas cartas tienen su importancia, pues generalmente los comentadores están de acuerdo que los mensajes entregados a las Iglesias de esas ciudades sino que contienen un mensaje para la Iglesia de todos los tiempos e incluso para cada uno de nosotros. La liturgia de hoy no las recoge, pero vale la pena recomendar su lectura, pues indican que al Señor en su gloria no se le escapa ningún detalle de la vida de la Iglesia o de los mismos cristianos. Por un lado, alaba los aspectos positivos que encuentra y rechaza los fallos que encuentra. La Palabra de Dios nos ha de interpelar siempre y cada domingo al terminar nuestra participación en la Santa Misa no deberíamos de abandonar el templo igual que como entramos en él, sino que la Palabra de Dios "que es viva y eficaz", según nos dice la Carta a los Hebreos debía de haber sacudido nuestra conciencia y provocado unos buenos propósitos para nuestra salvación eterna. Por tanto, invito a todos a tomar un tiempo para repasar estas siete cartas y ver la lección que nos deja a cada uno de nosotros.
La parte siguiente del Apocalipsis, los capítulos 4 y 5, que suele llamarse La Visión del Libro y del Cordero, tiene que ver con los siete rollos o libros sellados y quién los puede abrir y la imagen de Jesús como Cordero. Aunque debemos de considerar todo el Libro del Apocalipsis como profética, la parte que contiene las grandes visiones y las profecías centrales comienza con el c. 12. Por tanto, estas visiones que tienen que ver con el libro y el Cordero, serían introductorias a las que van a seguir y constituir la revelación más importante del libro. Obviamente, el único que los puede abrirá es Jesucristo Resucitado, el Cordero que es también "el león de la tribu de Judá". Ante la imposibilidad de entrar en los muchos detalles que se encuentran en estos dos capítulos 4 y 5, pasamos al pasaje que nos ha tocado este domingo.
No es difícil reconocer que el Apocalipsis representa una liturgia celestial y que está relacionado con nuestra liturgia terrestre, sobre todo la celebración del gran misterio de la Eucaristía. He señalado la importancia del hecho de que el Apocalipsis sea el último libro de la Biblia, pero hay que señalar también cómo está relacionado con el primero, el Libro del Génesis, y concretamente el gran relato de la creación. Jesús, como Mesías e Hijo de Dios, vino no solo a reunir a los dispersos sino también a establecer el verdadero culto, el culto "en Espíritu y en verdad". El relato primero de la creación se presenta como una gran procesión litúrgica, cuando comienza con la creación de la luz y su separación de las tinieblas y la superación del caos. Luego viene la creación de las plantes, los animales y los peces culminando con la del hombre a imagen y semejanza de Dios. En el séptimo día Dios descansa de toda la obra realizada, obviamente en referencia al sábado, día de descanso sí, pero sobre todo de culto al verdadero Dios creador del universo.
En toda la Biblia se da una enorme importancia al establecimiento del verdadero culto y el rechazo de la idolatría que es el verdadero pecado. Este culto se realizaba en el templo, pero con no poca frecuencia los reyes y sacerdotes introducción en el mismo templo los ídolos de los paganos y les rendían culto. Ya cuando se escribe el Apocalipsis, no existe el templo, llevaba unas décadas destruido, pero en el régimen cristiano tenemos la Santa Eucaristía, el único sacrificio de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y Rey del Universo renovada cada vez que celebramos este gran sacrificio. Nuestra Eucaristía nos recuerda que nuestras oraciones se unen con los de los ángeles y los santos en el cielo, y San Juan nos entrega un ejemplo de este tipo de oración celestial en la que participan miles y millones tanto de ángeles como de santos en el cielo. Se dirige a Dios Padre y al Cordero, es decir a Jesucristo Nuestro Señor como alabanza por su grandeza y por la obra maravillosa que ha realizado a favor nuestro.
Así pues, en este domingo de Pascua debemos de examinar nuestro participación en la liturgia eucarística dándose cuenta de que en estos momentos estamos lo más cercanos posible al cielo, al trono de Dios y a Jesús resucitado en el cielo. Así como los ángeles cantaban Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad" a los pastores en Belén, así nosotros deberíamos de comprometernos a participar en la Santa Misa con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con nuestra voz, cantando y alabando a Dios en unión con toda la Iglesia alrededor del mundo y con la Iglesia en el cielo. También pongamos atención en las palabras que el sacerdote dice, sobre todo las de la consagración. También, recordando lo que nos pide San Pablo de glorificar a Dios con nuestros cuerpos, sea estando de pie, sentados o arrodillados, también con inclinaciones y genuflexiones, sobre todo uniendo nuestra mente a las palabras y los gestos que la liturgia prescribe.
Volvemos al Apocalipsis este domingo de Pascua. Ya hemos visto la importancia que este libro bíblico tiene debido a su mismo contenido profética como el hecho de que la Iglesia lo ha colocado al final de la Biblia. Así como el desenlace de una obra de teatro o una película suele tenernos en vilo para saber como termina, así también con el último libro de la Biblia. Hemos visto también que la palabra Apocalipsis significa en el griego en el que está escrito todo el Nuevo Testamento significa desvelar o recorrer el telón, como en un teatro. Además, sabemos que el libro no es fácil de seguir debido al estilo y a que contiene mucho simbolismo sobre cuya interpretación con no poca frecuencia los expertos no se ponen de acuerdo.
Después de la parte introductora que comentamos el domingo pasado, vienen las siete cartas a las siete Iglesias en el suroeste de la entonces Provincia de Asia del Imperio Romano, ahora parte de Turquía. Estas cartas tienen su importancia, pues generalmente los comentadores están de acuerdo que los mensajes entregados a las Iglesias de esas ciudades sino que contienen un mensaje para la Iglesia de todos los tiempos e incluso para cada uno de nosotros. La liturgia de hoy no las recoge, pero vale la pena recomendar su lectura, pues indican que al Señor en su gloria no se le escapa ningún detalle de la vida de la Iglesia o de los mismos cristianos. Por un lado, alaba los aspectos positivos que encuentra y rechaza los fallos que encuentra. La Palabra de Dios nos ha de interpelar siempre y cada domingo al terminar nuestra participación en la Santa Misa no deberíamos de abandonar el templo igual que como entramos en él, sino que la Palabra de Dios "que es viva y eficaz", según nos dice la Carta a los Hebreos debía de haber sacudido nuestra conciencia y provocado unos buenos propósitos para nuestra salvación eterna. Por tanto, invito a todos a tomar un tiempo para repasar estas siete cartas y ver la lección que nos deja a cada uno de nosotros.
La parte siguiente del Apocalipsis, los capítulos 4 y 5, que suele llamarse La Visión del Libro y del Cordero, tiene que ver con los siete rollos o libros sellados y quién los puede abrir y la imagen de Jesús como Cordero. Aunque debemos de considerar todo el Libro del Apocalipsis como profética, la parte que contiene las grandes visiones y las profecías centrales comienza con el c. 12. Por tanto, estas visiones que tienen que ver con el libro y el Cordero, serían introductorias a las que van a seguir y constituir la revelación más importante del libro. Obviamente, el único que los puede abrirá es Jesucristo Resucitado, el Cordero que es también "el león de la tribu de Judá". Ante la imposibilidad de entrar en los muchos detalles que se encuentran en estos dos capítulos 4 y 5, pasamos al pasaje que nos ha tocado este domingo.
No es difícil reconocer que el Apocalipsis representa una liturgia celestial y que está relacionado con nuestra liturgia terrestre, sobre todo la celebración del gran misterio de la Eucaristía. He señalado la importancia del hecho de que el Apocalipsis sea el último libro de la Biblia, pero hay que señalar también cómo está relacionado con el primero, el Libro del Génesis, y concretamente el gran relato de la creación. Jesús, como Mesías e Hijo de Dios, vino no solo a reunir a los dispersos sino también a establecer el verdadero culto, el culto "en Espíritu y en verdad". El relato primero de la creación se presenta como una gran procesión litúrgica, cuando comienza con la creación de la luz y su separación de las tinieblas y la superación del caos. Luego viene la creación de las plantes, los animales y los peces culminando con la del hombre a imagen y semejanza de Dios. En el séptimo día Dios descansa de toda la obra realizada, obviamente en referencia al sábado, día de descanso sí, pero sobre todo de culto al verdadero Dios creador del universo.
En toda la Biblia se da una enorme importancia al establecimiento del verdadero culto y el rechazo de la idolatría que es el verdadero pecado. Este culto se realizaba en el templo, pero con no poca frecuencia los reyes y sacerdotes introducción en el mismo templo los ídolos de los paganos y les rendían culto. Ya cuando se escribe el Apocalipsis, no existe el templo, llevaba unas décadas destruido, pero en el régimen cristiano tenemos la Santa Eucaristía, el único sacrificio de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y Rey del Universo renovada cada vez que celebramos este gran sacrificio. Nuestra Eucaristía nos recuerda que nuestras oraciones se unen con los de los ángeles y los santos en el cielo, y San Juan nos entrega un ejemplo de este tipo de oración celestial en la que participan miles y millones tanto de ángeles como de santos en el cielo. Se dirige a Dios Padre y al Cordero, es decir a Jesucristo Nuestro Señor como alabanza por su grandeza y por la obra maravillosa que ha realizado a favor nuestro.
Así pues, en este domingo de Pascua debemos de examinar nuestro participación en la liturgia eucarística dándose cuenta de que en estos momentos estamos lo más cercanos posible al cielo, al trono de Dios y a Jesús resucitado en el cielo. Así como los ángeles cantaban Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad" a los pastores en Belén, así nosotros deberíamos de comprometernos a participar en la Santa Misa con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con nuestra voz, cantando y alabando a Dios en unión con toda la Iglesia alrededor del mundo y con la Iglesia en el cielo. También pongamos atención en las palabras que el sacerdote dice, sobre todo las de la consagración. También, recordando lo que nos pide San Pablo de glorificar a Dios con nuestros cuerpos, sea estando de pie, sentados o arrodillados, también con inclinaciones y genuflexiones, sobre todo uniendo nuestra mente a las palabras y los gestos que la liturgia prescribe.
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