sábado, 20 de octubre de 2018

EL SACRIFICIO VICARIO PARA LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES

HOMILÍA, DOMINGO XXIX DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 21 DE OCTUBRE DE 2018.

 Seguramente que muchos conocen la historia de San Maximiliano Kolbe era un sacerdote Franciscano polaco que murió en Auzchiz en el año 1944. Había sido  misionero en Japón y fundó una asociación dedicada a María Imaculada y publicaba un semanal católica de gran divulgación. Fue detenido y metido en el más famoso campamento de concentración de los Nazi. En una ocasión, algunos de los presos lograron escaparse y los Nazi como venganza y para dar una lección a los que quedaban decidieron que iba a matar o más bien dejar morir de hambre a uno de cada diez en la fila. Al pasar por la fila de presos, resulta que el Nazi indicó a un señor que era uno de cada díez. Este protestó que tenía mujer e hijos. Entonces, este hombre, que posiblemente el otro ni conocía y menos que era sacerdote católico, se presentó y dijo le tomaría su lugar. A los Nazis no les importaba.  Así entregó su vida para salvar al otro. Esto se llama sacrificio sustituroio o vicario, y obviamente San Maximiliano lo hizo como imitación de Jesucristo, que "por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo y por otra del Espíriut Santo nación de María la Virgen, sufrió bajó Poncio Pilato fue crucificado...." como indica el Credo que vamos a recitar en unos momentos.

Nuestras tres lecuras de este domingo trata de este tema. E primer lugar, tenemos un famoso pasaje de la segunda parte del Libro del Profeta Isaías, que juntamente con otros tres pasajes se denominan Cantos del Siervo de Yahvé. Se trata de un personaje misterioso que viene de parte de Dios y es sometido a todo tipo de vejaciones a favor del pueblo para liberarlo de sus pecados. Obviamente, los primeros cristianos reconocieron que aquí en profeta se refiere al suplicio y la muerte de Jesús a favor nuestro y en nuestros pecados. "Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos". Dijo Jesús en la Última Cena: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por un amigo". San Pablo abunda también en este tema cuando afirma que Jesucristo murió por nosotros "cuando todavía estábamos en el pecado".

Procuremos, pues, profundizar en este tema y ver como se puede entender que uno inocente puede dar su vida en rescate o para liberar a otros. Primero, Jesucristo es completamente inocente y no le corresponde ningún castigo. En segundo lugar, tenemos que darnos cuenta de lo que es el pecado y la gravedad que tiene. Nuestro mundo está convencido de que el pecado es algo normal y intenta convencerse de que no existe o si existe, hay muy pocos pecados de verdad. Quedaría la pederastia  pocos más. Lejos de ser algo normal, o incluso glamuroso, el pecado es la mayor desgracia que podemos sufrir o cometer. En el  caso del pecado grave o mortal se trata de privarnos de la verdadera felicidad que todos anhelamos y que consiste en la comunión eterna con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en lo que llamamos el cielo. Tercero, resulta que el pecado es de tal gravedad que nosotros no somos capaces de redimirnos de él y sus consecuencias. A lo largo de los siglos los teológos católicos han propuesto varias maneras o analogías que nos ayudan a comprender lo que es el pecado.

Dice el Profeta Ezequiel y otros que los pecados de los padres repercuten en los hijos. Esto puede manifestarse en su abstenerse de educar al hijo correctamente para que aprenda lo que es bueno y lo que es malo. Pueden darle mal ejemplo y por el escándalo él podría iniciarse en el delito Los isrealitas antiguos apreciaban mucho la solidariedad o la comunión de todos en el pecado. Sabemos que existe el pecado original, de manera que el pecado de Adán pudo afectar a todos sus hijos. Es como un virus que ha contagiado a todos. También veían cómo los pecados de los padres repercutían en los hijos. Hoy en día priva el individualismo.

Nuestra segunda lecura está tomada de la Carta de los Hebreos, que hace un par de semanas veíamos que se trata de un discurso o un tratado más que una carta. Dice: "No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compaderse de nuestras debilidades sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros menos en el pecado". Aquí la palabra clave es "compadecerse", es decir sufrir con. Jesús, siendo Dios comparte nuestras debilidades y flaquezas aunque no es pecador como nosotros. El es el Sumo Sacerdote que se sacrificó a sí mismo en la cruz para liberarnos a nosotros del pecado y de sus efectos, sobre todo la condena al infierno. Este autor debió de ser sacerdote porque manifiesta una enorme familiaridad con el templo y los sacrificios que allí se realizaban. De hecho, todo el sentido de matar y luego quemar un animal está en que sustituye al oferente. Éste quiere alcanzar la expiación de sus pecados y ofrece un animal a Dios que simboliza su arrepentimiento. Los judíos tienen la fiesta de Yom Kippur o de la Expiación que se celebra en esta época del año, es decir, en octubre. En aquel día, el Sumo Sacerdote entraba en la parte interior del templo, llamada la Más Santa o Santo de los Santos, pasando por el velo y ofrecía tanto la sangre del toro ya sacrificado y el incienso. Entre otros ritos, el Sumo Sacerdote imponía las manos sobre el chivo expiatorio y éste era conducido "al desierto", en realidad hacia un alcantilado fuera de la ciudad y echado para abajo allí. Esto simbolizaba que los pecados del pueblo arrepentido eran cargados sobre el animal y sacados fuera de manera que el chivo no pudiera nunca volver a la ciudad.

Al final de nuestro pasaje del Evangelio para hoy Jesús dice: Porque el HIjo del hombre no ha venido a que los sirvan, sino a servir y dar su vida en rescate por todos. Todos sabemos cómo los que secuestran a personas exigen un dinero de rescate para poder liberar a la víctima. Este proceso también se llama redención. Jesús es el Cordero Inmaculado que quita el pecado del mundo, que lo carga sobre sus propios hombros en la cruz entregando hasta las últimas gotas de sus sangre a favor nuestro. Los Padres de la Iglesia pensaban que el pecado del hombre era una cosa tan tremenda que había dejado un daño tan enorme que tenía que remediarse. Dado que Dios es justo y misericordioso, no se puede eliminar la justicia y para remediar el mal que había hecho el pecado se necesitaba el sacrifico de Jesús en la cruz para que nosotros no acabemos en el infierno.

¿Como conclusión, qué con qué deberíamos quedarnos al leer y reflexionar sobre estas tres lecturas de este domingo? En primer lugar, creo que conviene que nos demos cuenta de la gravedad del pecado, pues San Pablo escribía: Dios no salvó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros" o "Me amó y se entregó por mí". Esto se llama el Misterio de la Redención, o el rescate pagado por Jesucristo para evitar que nosotros acebemos en el infierno. No es poca cosas.



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