sábado, 20 de marzo de 2021

LA NUEVA ALIANZA.

HOMILÍA PARA EL V DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B. 21 DE MARZO DE 2021.

Nuestro pasaje del Profeta Jeremías de hoy es uno de los más emblemáticos de todo el Antiguo Testamento. Se trata del c. 31 del libro y versículo. Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en  que haré con la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. En primer lugar, vamos a examinar las alianzas que Dios ha hecho con su pueblo a lo largo de todo el Antiguo Testamento para pasar luego a comentar nuestro evangelio de hoy del c. 12 de San Juan. 

Una alianza es un pacto o un contrato. Había varios tipos de alianza, sea entre un rey y su vasallo con las que se ponían de acuerdo y cada parte asumía unas obligaciones. Como se trataba de una alianza importante, en el cado de las que hizo Dios con su pueblo, se sellaban con un sacrificio. En primer lugar, se da la alianza con Noé después de superar la prueba del diluvio. Dios promete que no volverá a destruir la tierra con otro diluvio y el arco iris es signo de aquella alianza. Luego viene la alianza con Abrahán en la que Dios promete una prole numerosísima más que la arena de la playa o las estrellas del cielo y una tierra, es decir la Tierra Prometida. La alianza se sella con un sacrificio y los descendientes de Abrahán quedarían marcados por la circuncisión como siglo de su pertenencia a ese pueblo que Dios iba a crear con el Patriarca. Varios siglos más tarde, Moisés, luego de haber conducido al pueblo desde Egipto y haberlo liberado de la opresión del Faraón en el Monte Sinaí, se hace la alianza más grande. Dios le entrega a Moisés las tablas de la ley, los diez mandamientos y todas las demás leyes y normas que encontramos en los libros del Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Dios promete que va a ser su pueblo y ellos se comprometen a vivir según la Ley que con una manifestación extraordinaria de su predilección convierte a Israel en su pueblo, llamado a ser su instrumento para la salvación de todos los demás pueblos. Finalmente, está la alianza con David con la que Dios promete a través del Profeta Natán que su dinastía iba a perdurar a lo largo de los siglos. 

¿Por qué, pues, era necesaria una nueva alianza? La respuesta la encontramos en el libro de Jeremías. En primer  lugar porque eran infieles a la alianza principal con Moisés y la quebraron. De hecho, en buena medida, la historia de la Biblia es una de la fidelidad constante de Dios y la reiterada infidelidad del pueblo de Israel. Con Jeremías, promete: Meteré la ley en su pecho y la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Como que las alianzas anteriores eran externas y no llegaban al corazón. 

La única solución que encontró Dios ante la constante infidelidad del pueblo y de haber hecho caso omiso de las promesas y alianzas de Dios era la de enviar a su propio hijo para salvarlos. Esto queda expresado en la Parábola de los Viñadores Malvados que mataron a los siervos y el dueño de la viña dice para sí "respetarán a mi hijo", cuando decide enviarlo. La nueva y eterna alianza, que se recoge en las palabras de la consagración de la Misa, supera todas las demás alianza porque es eterna y la realiza el mismo Hijo que se entrega a sí mismo en la cruz. Por eso no puede fallar. 

Veamos cómo se nos presenta la entrega de Jesucristo Hijo de Dios en nuestra segunda lectura de la Carta a los Hebreos y en el Evangelio de San Juan. El autor de la Carta afirma; Cristo en los días de su vida mortal, a gritos  y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte cuando en su angustia fue escuchado. Aquí el autor se refiere a la agonía de Getsemaní. 

En el evangelio, Jesús y sus apóstoles se encuentran en el templo en la ocasión de una fiesta, No se dice cuál fiesta y hay unos pelegrinos de lengua griega que expresan su deseo de ver a Jesús a Felipe, el cual juntamente con Andrés va a decírselo a Jesús y él contesta; Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre. Glorificar significa manifestar su grandeza, pero ¿cómo iba a ser glorificado Jesús? Jesús prosigue: Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecunda; pero si muere, da mucho fruto. La semilla, si no se siembra y muere puede perdurar hasta miles de años. Jesús tenía que arriesgar su vida, dándola, entregándola en la cruz para poder dar fruto. Esta es una ley que se ha dado a lo largo de la historia de la Iglesia y en realidad cuando se realiza cualquier hazaña que vale la pena. No hay amor sin dolor ni grandes empresas sin salirse de sí mismo, arriesgarse, sin tener un gran ideal y luchar denodadamente por lograrlo. Colón y sus compañeros se lanzaron al mar pensando que navegando hacia el poniente iban a llegar a la India y a las islas de las especias. Sus cálculos estaban equivocados porque no se daba cuenta del verdadero tamaño de la tierra, ni se daba cuenta de la existencia de todo un continente en el camino que luego llegó a llamarse América. San Francisco Javier, estando ya en la India, se lanzó a misionar en las islas de las especias, ahora Indonesia, luego a Japón para terminar su vida en una isla en la cosa de China. Ellos no pensaban ni se apocaban ante los obstáculos ni tenían miedo de salir de su "espacio seguro". Grandes hazañas exigen grandes sacrificios. Jesús dice que el grano de trigo no da fruto si no cae en la tierra y muere. Así sucede con las bellotas que luego producen los grandes robles. Los que se cierran en una concha no logran nada grande.  La hazaña más grande de la historia es la entrega de Jesús en la cruz. Como dice San Pablo, "no ahorró su vida" sino que la entregó para la salvación de todos nosotros, 

Ninguna obra buena se puede realizar sin sacrificarnos, sin salir de la concha de nuestro egoísmo y proponernos grandes ideales. Hoy en día, los padres tienden a querer ahorrar a los hijos líos y sufrimientos, que no tengan su sufrir tanto como han tenido que hacer ellos. Se quiere seguridad y no libertad y grandes ideales. Los amos del mundo, los oligarcas o élites que manejan el mundo de hoy saben metiendo miedo a la gente creando una falsa crisis sanitaria los van a poder manipular y controlar.  ¿Acaso se puede vivir en este valle de lágrimas sin sufrimiento, dolor y muerte? Obviamente, se debería de tener un cuidado y una responsabilidad respecto a la salud, pero en no pocas ocasiones debido al miedo de una muerte temprana, nos exponemos a grandes males, a convertirnos en esclavos de los magnates que tienen planes nefastos para la humanidad entera. Por primera vez en la historia del cristianismo, los obispos han cerrado las iglesias y dejado a los fieles sin misa durante meses. ¿No se dan cuenta de que el intento de tanta seguridad es una mentira? Los gobiernos satánicos, que todos ellos lo son han aprovechado para declarar la fe no esencial mientras han asegurado muchas cosas menos importantes las permitían. Se declaró una falsa pandemia cuando apenas 200 personas habían muerto en mundo entero. 

Los católicos son los peores evangelizadores. ¿Por qué? Por miedo al qué dirán, y por qué han tragado la mentira de que la religión es algo privado que se tiene que callar. O sea, miedo a que otros nos critiquen. ¿Cómo hubiera sido posible propagar la fe en los primeros siglos con esta actitud y con este miedo?

El profeta Jeremías se atrevió a proclamar a la gente de su tiempo el mensaje duro y muy difícil de tragar y sufrió persecución de la gente de su propio pueblo, y de Jerusalén.  De hecho, aunque sentía el deseo de no comunicar la Palabra de Dios por todo el sufrimiento que le provocaba, no pudo porque la sentía .como un fuego en su corazón  Jesús fue constantemente criticado y rechazado por las autoridades del judaísmo, los escribas, fariseos y la casta sacerdotal, pero no tuvo miedo de enfrentarse con ellos. Así San Pablo, que fue perseguido y dado de palos por los judíos, expulsado de sinagogas. No pensemos que podemos ser verdaderos cristianos con miedo a la enfermedad y la muerte, o con miedo al qué dirán. 


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