HOMILÍA DEL VII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, 23 DE FEBRERO DE 2020.
Hoy nuestra primera lectura está tomada del Libro del Levítico, el tercer libro de la Biblia. Los levitas eran de una de las doce tribus de Israel, de Laví, y dedicados al culto del templo. Además de los sacerdotes propiamente dicho, había otros que era ayudantes, un `poco como en la Iglesia tenemos a los diáconos. Por tanto, el libro está dedicado a una serie de leyes y normas respecto al culto en el templo, de la necesaria pureza ritual y muchos otros aspectos relacionados con el culto. Nuestro pasaje de hoy va más allá de estos detalles y se trata de una invitación de parte de Dios a Moisés para que el pueblo de Israel fuera SANTO. En hebreo, "santo" se traduce como kadosh que significa separación. Todo relacionado con Dios es santo. El pueblo de Dios es santo porque le pertenece. El templo es santo porque es la morada de Dios en medio de su pueblo. Jesucristo es el Santo de Dios. Dice el libro de Isaías: "Tan alto está el cielo sobre la tierra, así de altos están mis caminos sobre los vuestros.
Hoy en día, se habla mucho de la integración, se quiere eliminar las fronteras y los muros, pero aquí se trata de separación: "Seréis santos porque yo el Señor vuestro Dios es Santo", kadosh. Este hecho se deriva del relato de la creación en el primer capítulo del Libro del Génesis donde dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Obviamente, hay una distancia enorme entre nosotros y Dios, pero al mismo tiempo Dios nos acerca a él y esto es lo que sucede sobre todo con el misterio de la Encarnación con el que el mismo Dios se hace uno de nosotros. Dios es SANTO y nos invita a nosotros a participar en esta santidad. Ya el libro del Levítico a rechazar el odio, la venganza, el rencor en contra del prójimo y amarlo como a uno mismo. Esto ya lo sabemos, ¿pero tomamos en serio este mandato o nos damos cuenta de la dificultad que implica? San Juan nos dice en su Primera Carta que Dios es amor, de manera que no debemos pensar que este mandato de amar al prójimo como a nosotros mismos sea algo imposible. Dice también que Él nos amó primero.
Resulta que Dios no se ha revelado directamente a cada uno, sino que lo ha hecho a través de unos testigos como son los profetas y sobre todo a través de su Hijo. Entonces, se manifiesta a través de nosotros. Esto ya era su plan en el caso de Israel. Tenía la conciencia de ser el pueblo elegido por Dios y por tanto diferente de cualquier otro pueblo. Esto no tenía que ser un motivo de desprecio de los demás pueblos, sino que ellos viendo a Israel fueran atraídos a Dios y pudieran llegar también ellos a conocerlo y seguir su camino. Si esto era el plan de Dios para el pueblo de Israel, lo es mucho más para nosotros que hemos sido bautizados y hechos Hijos de Dios en el Hijo. Por esto, San Pablo constantemente recuerda a sus cristianos que ellos están "en Cristo", es a través de nuestras palabras y acciones que manifestaremos que formamos parte del Cuerpo de Cristo.
En el Sermón de la Montaña que nos toca leer en estos domingos, Jesús nos presenta con el perfil de sus seguidores y lo resume con la expresión: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Nuestro comportamiento como seguidores de Jesús ha de ser desde el punto de vista humana realmente increíble. "Habéis oído que se dijo "ojo por ojo y diente por diente". Hoy en día nos interesa mucho la justicia, es decir, dar a cada uno lo que le corresponde, pero como cristianos Jesús nos llama a ir mucho más lejos: "No hagáis frente al que os agravia...". Nos pide amar a nuestros enemigos, hacer el bien y orar por los que nos persiguen etc.
¿Todo esto es imposible? Sí, si depende solo de nosotros que nos encontramos marcados por el pecado. Pareciera que Jesús estaría pidiendo a un cojo que corra en un maratón. Si razonamos así, es que no nos hemos dado cuenta del cambio radical que se ha realizado en nosotros por el bautismo que ha sido perfeccionado por los otros sacramentos. Si pensamos que todo esto es una ilusión, entonces estaremos diciendo que Jesús es un embaucador. Si, lo sería si no nos hubiera dado el ejemplo, si no se hubiera unido a nosotros para ayudarnos a alcanzar esta gran meta de la santidad a la que nos llama a todos.
Estamos a punto de dar inicio a la Cuaresma este año. Antiguamente, la gente celebraba el Carnaval como la última oportunidad de celebrar, de hacer juerga antes de los 40 días de oración y penitencia, cuando no se daba fiesta alguna, ni se celebraba bodas. Incluso los cines no proyectaban películas. Si bien, con no poca frecuencia los carnavales eran ocasiones para el exceso. Había uno buen número de días de ayuno y no solo los viernes. Se aprovechaba la oportunidad para confesarse. A veces se daba en las parroquias las Misiones Populares cuando venían unos predicadores expertos para mover la mente y el corazón de los feligreses a arrepentirse y hacer penitencia. Luego venía la Pascua para celebrar. Hoy en día, la mayor parte de estas observancias se han perdido. ¿Nos consideramos más santos que la gente de siglos pasados que no tenemos necesidad de oración, ayuno y penitencia? Si Dios en el Antiguo Testamento y Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy tomado del Sermón de la Montaña pusieron una vara tan alta, hemos de tomarla en serio, pues si Dios es Amor,y el amor consiste ante todo en querer y hacer el bien al otro, no digamos que "yo soy buena persona", porque no parece que Jesucristo haya venido al mundo, ni muerto en la cruz para "buenas personas", sino para pecadores que hacen penitencia y se convierten.
sábado, 22 de febrero de 2020
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