sábado, 16 de febrero de 2019

UN ÁRBOL SECO Y OTRO FRONDOSO

HOMILÍA DEL VI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C, 17 DE FEBRERO DE 2019

Nuestra primera lectura de hoy proviene del c. 17 del Libro del Profeta Jeremías. El libro de Jeremías es un libro bíblico de gran importancia, aunque no fácil de seguir. Este profeta sufrió muchísimo porque, como dice el dicho popular, no tenía pelos en la lengua al denunciar los males de los más poderosos de su tiempo, de acuerdo a la vocación profética  que Dios le dio. En este libro como en el resto de la Biblia, el gran pecado, el pecado por antonomasia es la idolatría. Los reyes y demás autoridades en Jerusalén caían en este pecado al hacer pactos con las grandes potencias paganas de la época, cosa que implicaba aceptar los dioses paganos de estos imperios y colocarlos en el templo de Jerusalén, una abominación como bien denunciaba Jeremías y el resto de los profetas. Los sacrificios hechos a los dioses paganos se hacían sobre las colinas y llegaban los reyes, como es el caso de Acaz en tiempos del Profeta Isaías, a pasar a su hijo por el fuego, o sea sacrificarlo quemándolo. También la Biblia habla de palos altos en las colinas que se refiera a la idolatría,

Inspirado por Dios, Jeremías, declara; "Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre y en la carne busca su fuerza". La carne es todo lo que no es Dios, no solamente el placer de la carne, sino la soberbia, el egoísmo y en general todos lo que no es Dios ni es digno de ser enaltecido como si lo fuera. La palabra idolo proviene de una palabra  griega que significa imagen.  Se trataba de las estatuas de los dioses que los paganos mantenían en sus templos. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y solo Él es digno del culto que le ha de dar el hombre, que es la adoración. Ha de amar a Dios con todo el alma, con todas sus fuerzas y con todo su ser. Si una persona se dedica a sus negocios, a juntar dinero y gozar de lo que el dinero puede comprar, pues adora los negocios y el dinero. Según dice San Agustín, nos identificamos con lo que amamos: Amas tierra, eres tierra. Otros dedican todos sus fuerzas en alcanzar el mayor coto de placer, sea a través del sexo, de la gula que no es solamente comer en exceso sino con demasiada exquisitez. Para otros el ídolo al que rinden culto será la buena fama y lo que buscan es ser reconocidos y apreciados por los demás. Los hay cuyo dios es el fútbol, porque le dedican todo su empeño. Todos esos son modos de poner nuestra confianza en la carne  y los que se dedican es estas cosas tienen su corazón puesto en cualquier cosa que no es Dios, como dice Jeremías. El hombre está cableado para Dios como dice San Agustín: Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti.

El que procede de esta manera y dedica su vida a la búsqueda de bienes terrenales, efímeros que no pueden satisfacer los anhelos que Dios ha colocado en el corazón del hombre, lo compara el profeta con "un cardo en la estepa y no llegará el bien" y habitará en el desierto, tierra salobre e inhóspita". Así es la imagen del hombre superficial y frívolo que ni sabe porque vive, qué tiene que hacer en este mundo y piensa que alcanzará la felicidad acumulando los bienes y placeres que este mundo le puede otorgar. Su vida es un fracaso. Es como un árbol plantada en el desierto cuyas raíces no alcanzan llegar a los manantiales profundos de agua y no da fruto y sus hojas están medio secas.

En cambio, tanto Jeremías como nuestro salmo responsorial, el salmo primero, presentan la imagen de otro tipo de árbol de raíces profundas o que está plantada al lado de la acequia y es frondoso y da su fruto en su sazón: Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cunado llegue el estío, no lo sentirá; su hoja será verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Se  trata de un árbol de hondos raíces que llegan a los manantiales profundos. Para que esto se dé hay una serie de condiciones. Hay que abonar y cuidar el árbol en sus primeras fases. Así es con nosotros también. Al ambiente propicio para que un niño se desarrolle según el proyecto de Dios es la familia cristiana que cumplirá con las condiciones para que aprenda a practicar la virtud, a corregir sus defectos, y aprenderá a amar de verdad, a superar el egoísmo y demás vicios. Entonces, cuando llegará a la adolescencia, apoyado por sus padres que son buenos cristianos superará los obstáculos del mal ejemplo de los compañeros, no se dejará liar y meterse en una vida viciosa.

Hay un dicho antiguo que traduzco del latín que reza: Parvus error in principio fit maius in fine. UN pequeño error al inicio se hace mayor al final. Si Dios nos ha hecho libres y capaces de conocer su voluntad, de distinguir entre el bien y el mal, es esencial que desde pequeños aprendamos a practicar la virtud, que consiste en adquirir buenos hábitos y en eso el papel de los padres es esencial. No amarán de verdad a sus hijos si les permiten ser flojos, irresponsables, si no corrigen sus errores y si no los orientan hacia el bien. ¿Pero cómo lo van a hacer si ellos mismos son unos superficiales e irresponsables, si no son como ese árbol frondoso que echa raíces hondas y produce buen fruto incluso en años de sequía?

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