sábado, 11 de junio de 2016

NO HAY MISERICORDIA NI GRACIA BARATA

DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

Nuestra primera lectura de hoy, tomada del Segundo libro de Samuel, capítulo 12, dice Dios a través del profeta Natán: "Nunca se aparará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y han tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya". En esta año estamos en el Año de la Misericordia, declarado por el Papa Francisco, para que todos asimilemos la verdad acerca de la misericordia de Dios, que nos arrepintamos de nuestro pecados, los confesemos y experimentemos la misericordia de Dios, amén de practicar la misericordia con otros como nos enseña Jesús, y la misma Iglesia. Ciertamente, la misericordia de Dios es infinita, pero también el pecado tiene unas consecuencias graves que no son fáciles de superar. Veamos el contexto de estos versículos que hemos escuchado, quién era David, la gravedad de su pecado y sus artimañas para que no se descubriera y todo siguiera igual que antes. Repasemos lo que se cuenta en el c. 11 del mismo libro. 

Como sabemos David era un gran guerrero que no sólo logró matar al filisteo sino se involucró en un sin fin de guerras y conflictos, contra los enemigos de Israel. Logró derrotar a los filisteos que eran unos guerreros muy poderosos, y apoderarse de la ciudad de Jerusalén y establecer allí su capital, además de conquistar mucho territorio a ambas riveras del Jordán y al norte. En esta ocasión, no salió personalmente a lidiar el ejército, sino que mandó a su Jefe militar Joáb. Aquí hay un dato interesante para empezar. David se quedó en su casa y dormía la siesta, mientras sus soldados leales ponían sus vidas den peligro en la guerra. Después de levantarse de la siesta subió al azotea y vio que se estaba bañando Betsabé, al esposa de uno de sus soldado más leales, el escudero de Joab. Se sentía atraído por la belleza de la mujer y en vez de reflexionar y darse cuenta de que no podía tomar la mujer de otro, mandó a unos siervos a traerla. Es decir, siendo rey, se aprovechaba de su poder para dar rienda suelta a su lujuría. Se acostó con ella, y al poco tiempo más ella le avisó del hecho de que se había quedado embarazada.En este momento, David tiene un lío, pero comienza a tramar una solución para que no se descubriera el hecho. Mandó traer a Urías, el esposo de Betsabé, de la campaña pensando que si se acostara con su esposa, se pensaría que el hijo era de él. Urías no se prestaba al estratagema  y pese a haberlo emborrachado en un banquete,  insistió en no ir a su casa con su esposa. Era una persona realmente leal y no le parecía bien acostarse con su esposa cuando sus compañeros andaban de campaña. Con esto, a David se le complican las cosas y se enreda más. Decide enviar una carta con Urías a Joab para que a aquel lo colocara en lo más duro de la friega y de esa manera quedaría muerto y se le arreglaría a David el lío. Y así fue. Pasado un cierto tiempo Betsabé fue a vivir con David. 

El deseo de enterrar los antecedentes y pretender que el pecado no existió era fuerte en el caso de David,  siendo rey, parecería que tendría el poder de hacer valer el engaño. Hoy en día con la aplicación de las pruebas de ADN se están descubriendo muchos casos de lo que en Estados Unidos llaman "fraude de paternidad", que el marido que parece ser el padre, no lo es. Esto está creando una serie de problemas que no son de poco monto. Es decir, los pecados tienen sus consecuencias a largo plazo. Así en el caso del adulterio, como es éste, como en otros contra el quinto mandamiento, o contra el séptimo etc. 

El profeta Natán se presentó al Rey David y le contó una parábola acerca de un hombre rico y otro  pobre y ambos vivían en una ciudad. El rico tenía ovejas y bueyes en abundancia, mientras "el pobre no tenía más que una corderilla". Ella crecía con él y sus hijos, comiendo su pan, dice la Biblia. Un día "vino un visitante a donde el hombre rico, y dándole pena tomar su ganado lanar y vacuno para der de comer a aquel hombre llegado a su casa, tomó la ovejita del pobre y dio de comer al viajero llegad a su casa" (2 Sam 12, 3-4). El mismo David se encendió en cólera en contra del comportamiento de ese rico y declara "merece la muerte el hombre que tal hizo". Luego vino la respuesta del profeta, que es también una de las afirmaciones más emblemáticas de toda la Biblia: "Tú eres ese hombre". A continuación Natán le echa en cara a David la barbaridad que había cometido en contra de Urías "tomando su mujer y matándole por la espada de los ammonitas". En seguida Dios promete que este hecho delenzable tendrá unas consecuencias nefastas para David, como por ejemplo el levantamiento en su contra de su hijo Absalón, que se relata en los capítulos siguientes. Dice el profeta: "También el Señor perdona tu pecado; no morirás. Pero por haber ultrajado al Señor con este hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio" (v. 13). 

Una persona madura y responsable sopesa las consecuencias de sus actos y piensa en el mal que sus actos malos, contrarios a la ley de Dios inevitablemente provocan en otras personas, de manera especial sus familiares. Este hecho parece obvio en el caso de lo que hizo David, y en otros casos como los de la así llamada paternidad  a la que me he referido más arriba. Nos incumbe un deber serio de formar bien la conciencia según la ley de Dios y conforme la enseña la Iglesia. Hoy en día con el progreso tecnológico  se presentan muchas ocasiones de pecado. Es más fácil darse cuenta de los perjuicios que los pecados graves, como los de David, causan a otros, pero también los pecados veniales repetidos pueden causar daño notable a otros. Por ejemplo, unos padres a quienes les falta paciencia en el trato con los hijos, pueden provocarle daños psicológicos a la larga. Si al niño lo critican constantemente, le exigen unos resultados escolares que posiblemente van más allá de las posibilidades de los talentos que tiene, si le dan la impresión de que su amor hacia él es condicionado a buen comportamiento o buenas notas, es obvio que todo esto le provocará problemas al niño. También en el caso de insultos dirigidos a otros. No constituyen pecados muy graves, como los de David, pero hacemos sufrir a otros. No olvidemos nunca la REGLA DE ORO, expresada varias veces en la Biblia: "no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan".  Ciertamente, estamos en un mundo imperfecto y marcado por el pecado y no es el caso de llenarnos de angustia y escrúpulos, sino serenamente ponernos a eliminar poco a poco  los vicios, aunque sean pequeños y practicar la virtud. También, dado que todo cristiano está llamado a la santidad, es decir, a la perfección de la vida cristiana, cosa que Jesús manifestó claramente en muchas ocasiones, el hecho de no tomar en serio el deber de mejorar nuestra vida y comportamiento hace un daño a la Iglesia. Profesamos en el Credo que la Iglesia es Santa. Ciertamente, lo es en Jesucristo, el María Santísima y en los santos, pero cada uno es miembro de la Iglesia y llamado a reproducir la imagen de Jesucristo en todo nuestro comportamiento, para que la Iglesia pueda dar el testimonio que está llamada a dar. Este deber es mayor en el caso de obispos, sacerdotes y personas consagradas y por ello cuando cometen pecados graves y escandalosos, el daño a la Iglesia es muy grave. Por lo tanto, nos conviene recordar lo que propone San Ignacio de Loyola en su meditación de sus Ejercicios Espirituales sobre el pecado: "Pedir a Dios conocimiento del pecado para aborrecerlo". Este conocimiento lo vamos a adquirir no viendo la televisión sino más bien conociendo la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. 

Antes de terminar, veamos el pasaje del Evangelio de San Lucas que nos ha tocado escuchar hoy. Intervienen tres personajes: Jesús, Simón el Fariseo y la mujer pecadora arrepentida. Simón es el típico fariseo que es una persona devota que cumple a rajatabla las muchas leyes, reglas y costumbres que incumben a una persona que toma en serio su religión. Sin embargo, tiene una mentalidad estrecha que juzga negativamente a Jesús por acoger a la pecadora: "Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer". Pese a sus muchas prácticas religiosas, las limosnas, las oraciones y penitencias que hace, está lejos de tener una verdadera experiencia de Dios y de su misericordia. En el priva el juicio y la condena. La mujer, si se ha atrevido a acudir a la casa del fariseo, es que antes al escuchar a Jesús o saber qué tipo de persona, de profeta es, dándose cuenta de su situación, de que su vida es un desastre y no encuentra la paz, al felicidad y la alegría que todo ser humano anhela. La presencia y las palabras de Jesús la conmueven profundamente y supera los posibles obstáculos para manifestar su amor, su arrepentimiento ante Jesús a través de los gestos de lavar sus pies con sus lágrimas y ungirlo. Podemos ver que la clave del arrepentimiento y el movimiento hacia una vida nueva es el encuentro con Jesús, que acoge, que sana y conforta a la persona. Ella se da cuenta de que ha cometido muchos pecados, pero como ama mucho, Dios los borre. Hablaba arriba de las consecuencias del pecado, pues a partir del encuentro con Jesús, se puede reconstruir la vida y no solamente reparar el daño en cuanto posible, sino a partir de allí, estando borrados los pecados por la misericordia de Dios, podemos emprender una vida nueva, "caminar en la novedad de vida". 

Sabemos que Jesús inició su predicación con una llamada la arrepentimiento: "El reino de Dios está cerca, arrepiéntete  y cree en el evangelio" /(Mc 1,15). Su presencia, predicación y la autenticidad de su vida provocó a muchos a que examinaran sus vidas y cambiar de una vida de vicio a una nueva vida, como es el caso de la mujer en nuestro pasaje de hoy. Hemos visto la gravedad del pecado de David y sus esfuerzos por encubrirlo y que nadie se enterara. Casi lo logra, si no hubiera sido por la parábola que le contó el profeta. Por un lado constatamos, que he señalado arriba, que el pecado tiene unas consecuencias nefastos en la vida del pecador y en la de otros, e incluso en la misma Iglesia. David tuvo que sufrir las graves consecuencias de su pecado, pero Dios manifestó su misericordia. Hay muchos hoy en día, y en todos los tiempos que racionalizan sus pecados y piensan que como nadie se ha enterado, pueden seguir con su vida tranquilos y contentos. Sin embargo,  en el caso de la pecadora, el encuentro con Jesús removió su vida y le ayudó a darse cuenta de su verdadera situación, y de igual manera el encuentro de David con el profeta Natán. Dios es infinitamente misericordioso, pero para poder rehacer la propia vida después de caer en un estado grave de pecado, hay que abrir la puerta de nuestra alma a esa misericordia para que nos sane. No hay misericordia ni gracia fácil ni barata. Hemos quedado con heridas graves  hemos hecho daño a otros, además de haber ofendido a Dios. Por esto, el último paso del Sacramento dela Penitencia o la Reconciliación es la satisfacción. No es que nosotros podemos reequilibrar la balanza, pero sí cumplir unas penitencias que también son sandadoras. 

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