sábado, 9 de abril de 2016

HOMILÍA, TERCER DOMINGO DE PASCUA, CICLO C. LA APARICIÓN EN EL LAGO DE TIBERIADES.



Las aparIciones de Jesús resucitado son de gran importancia en relación con la verdad histórica de la resurrección del Señor y, juntamente con el hallazgo de la tumba vacía, nos proporcionan un sólido fundamento para nuestra fe en la resurrección de Jesús, que es el fundamento de la fe de la Iglesia, como bien explica San Pablo a los Corintios: Si Jesucristo no ha resucitado, nuestra fe es vana y somos las criaturas más miserables. Por el contrario, nuestra fe, y la fe de la Iglesia en la que participamos desde nuestro bautismo es la base sólida de la esperanza cristiana y de la alegría a la que nos invita la Santa Iglesia en este tiempo de Pascua, y en realidad, en toda la vida. Sin la venida del Señor al mundo para participar plenamente en toda nuestra condición humana menos el pecado, a partir de su niñez, luego su ministerio público, el tremendo misterio de la Pasión y la Cruz y sobre todo su victoria en la Resurrección juntamente Ascensión, la venida del Espíritu Santo y la fundación de la Iglesia, nuestro mundo sería insoportable, una verdadera tragedia. Como se trata de la creación de un Dios lleno de misericordia, ya desde el inicio del Antiguo Testamento, sabemos que Dios no pudo abandonar su creación y sobre todo al hombre, creado a su imagen y semejanza a la merced del pecado, de la muerte y del poder del demonio.

Los cuatro evangelistas nos señalan claramente que los apóstoles y demás discípulos estaban muy lejos de esperar que Jesús resucitara de entre los muertos. No creyeron en lo que les contaban las mujeres cuando encontraron la tumba vacía, pero una vez que se encontraron con Jesús vivo y transformado, pero Él mismo, reconocieron la verdad del testimonio de las mujeres en la mañana del Domingo de Pascua. Los relatos de los evangelistas tienen claras señales de ser auténticos, y no invenciones. Cada evangelista aporta detalles diversos, pero en lo sustancial coinciden. Hoy nos toca reflexionar sobre la tercera aparición que relata San Juan en su Evangelio. En realidad, se trata de un apéndice a su Evangelio, pero recoge datos de la misma tradición de la que forma parte este evangelio. Al final del c. 20, el evangelista afirma: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” como final de su evangelio.

La costumbre de Jesús de compartir la mesa con sus discípulos y otras personas, incluso fariseos, como es el caso de Simón el Fariseo, San Mateo y Zaqueo, es un aspecto muy importante de su vida y su ministerio. En aquella época se apreciaba mucho este gesto y Jesús manifiesta varias veces la importancia que le da. Enseña a los apóstoles y a los fariseos a no invitar solamente a los que luego los van a invitar y en general no andar buscando los puestos de honor (Lc 14,7ss). Está claro que Jesús compartía la mesa con la gente menos apreciada de la época. Es más, dado que la mejor imagen que la Biblia nos presenta del cielo es precisamente la de un banquete y el hecho de que Jesús escogió una cena, como el modo de quedarse con nosotros hasta su segunda venida al final de los tiempos, nosotros también hemos de aprender la importancia de este gesto y apreciar lo que significa la Eucaristía como un ejercicio de comunión fraterna. Recordemos la parábola de los convidados a la boda: “Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: "Venid, que ya está todo preparado." Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses." Y otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses." Otro dijo: "Me he casado, y por eso no puedo ir...” Es difícil para nosotros imaginarnos lo tremendo de este desaire en la cultura de la época de Jesús. El mayor don que nos ha dejado Jesús en todo el período que media entre su muerte y resurrección es precismaente la Eucaristía. ¿Qué porcentaje de católicos o de los que se dicen católicos por ser bautizados pero también se dicen “no practicantes” desaira al Señor como aquellos de la parábola? En muchas partes la inmensa mayoría.



Vayamos a comentar el pasaje que nos ha tocado hoy. Los discípulos están en Galileo. Ya cuando Jesús se encontró con las mujeres ante la tumba, según el Evangelio de San Mateo, les dice que vayan a Galileo,que allí los va a encontrar. Por iniciativa de San Pedro, se pusieron a pescar y habiendo pescado toda la noche, no encontraron nada. La pesca milagrosa es un episodio que presentan los cuatro evangelistas. Aquí San Juan lo recoge en la circunstancia del tiempo posterior a la Resurrección. San Lucas lo tiene casi al inicio de la vida pública de Jesús y podríamos recordar también el protagonismo de San Pedro que le dice a Jesús: “Apártate de mi que soy pecador” y Jesús responde: No temas. Desde ahora serás pescador de hombres (Lc 5, 10). Podemos deducir tanto del Evangelio de San Lucas como de San Juan que no se trata meramente del episodio en sí, sino que las redes y la pesca tienen un significado simbólico profundo. Se trata de la misión de los apóstoles y podemos señalar también que en cada una de las escenas de las apariciones de Jesús resucitado, les entega a los discípulos una misión. Recordemos, por ejemplo, la escena de la Ascensión como la relata San Lucas en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles. Ellos están viendo hacia el cielo y el ángel les dice: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo. (Hechos 1,10). Es decir, tienen una misión que realizar hasta que Jesús vuelve y no basta estar viendo al cielo. También Jesús sabe que como los pescadores a veces pasan toda la noche bregando y no sacan ningún pez, también la misión evangelizadora con frecuencia parece un fracaso. San Pablo y sus compañeos en la misión experimentaron este sentido de fracaso en bastantes ocasiones. Incluso los apaleaban y los echaban de la ciudad, o en el caso de los filósofos de Atenas, simplemente manifestaron su total falta de interés en el mensaje de la resurrección de Jesús, por ser platónicos y parecer absurdo la idea de la resurrección del cuerpo por considerar el cuerpo malo y algo del que había que liberarse.
Hay algo muy extraño en este episodio que hemos escuchado. San Juan es el primero en reconocer que Jesús está en la orilla del lago. Es es el “discípulo que Jesús amaba” pues él había descansado sobre el pecho de Jesús en la Última Cena y por o tanto también el modelo del tipo de relación que tendría que tener todo discípulo con Jesús. Por ello, es el primero en reconocerlo. Sin embargo, el evangelista comenta: “Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.”. Esto parece muy raro y podriamos preguntarnos: ¿Cómo pudieron duda que fuera Jesús cuando ellos habían compartido la vida con él día y noche a lo largo de tres años? Los dos detalles, el reconocimiento de parte del “discípulo que Jesús amaba” y la dificultad en reconocerlo nos descubren algo importante acerca del Señor resucitado. Algo semejante ocurre en el caso de los dos discípulos que andaban camino a Emaús. En primer lugar, el reconocimiento de Jesús como realmente es, requiere de fe y de amor. En segundo lugar, obviamente pese a tener la plena seguridad de que “era el Señor” mismo, tiene unas características que no distinguen de su situación antes de la resurrección. Es decir, claramente se trata de la misma persona, que no es un fantasma, pero tiene nuevas y misteriosas cualidades, como la de poder pasar por las puertas sin que se tengan que abrir.

Jesús, dándose cuenta del cansancio que sentían los discípulos, amablemente los invita a compartir el desayuno. Esta cercanía y bondad de Jesús es algo muy característica de él. Vino a servir, no a ser servido y veía su vida y su misión como un servicio a favor de todos los hombres. De igual manera Jesús trata con extrema delicadeza a Pedro, considerando que él, que era el Jefe del Colegio Apostólico había fallado de manera tan desastrosa al haber negado que siquiera conociera a Jesús, no ante Pilato o ante el Sumo Sacerdote, sino ante una esclava. Pedro había sido el primero en expresar su fe en Jesús como Mesías, pero era una fe muy incipiente y no era capaz de enfrentarse con la prueba suprema de la cruz. Pedro estaba demasiado imbuido de la mentalidad judía de la época acerca del Mesías davídico que fuera a liberar al pueblo del dominio de los romanos. Ahora Jesús le pregunta si lo ama, y lo hace tres veces, hasta el punto que al pobre San Pedro, recordando su comportamiento, su negación le duele. Así como había negado conocer a Jesús tres veces, ahora le toca profesar su fe en él tres veces. La relación con Jesús de parte del apóstol y de cualquier cristiano es ante todo una de amor.

Invito a todos a partir de este relato evangélico de la aparición de Jesús en el Lago de Tiberiades, a reflexionar sobre la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros, sobre todo en la Eucaristía, que valoremos la invitación de Jesús hecha a todos los católicos a participar cada domingo este este gran misterio, en el que se actualiza el misterio central de nuestra fe: La Pascua, o paso de Jesús por la Pasión y la muerte a la gloria de la resurrección y su invitación a realizar este mismo paso en nuestras vidas, pasar como San Pedro de una noción equivocada sobre quién es Jesús y cuál es su misión a descubrirlo a través de la fe y el amor.














































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